Prólogo

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Un adolescente de unos quince años estaba en silencio sin saber bien qué hacer. Se encontraba en Zemlya, el reino más poderoso de los cuatro principales. En un palacio, el palacio del Rey Crodeux Bortmiere.

Había silencio y el único ruido presente era el del viento fuera de su ventana. Hacía frío, pero no tanto como a la mañana, eso lo tenía muy claro.

Hacía un par de minutos se había decidido a dejar ese lugar que, de alguna manera, lo mantuvo preso durante 10 años. Desde aquel fatídico día en el que se lo había considerado loco por una razón que ya no recordaba.

Había guardado en su pequeño bolso de mano un cambio de ropa y oro que tomó de su habitación, junto con algo para comer en su primer día fuera. Ya lo tenía todo decidido, pero algo lo detenía.

Miedo.

Tenía miedo de no saber qué es lo que pasaría fuera del palacio donde vivía. El consejero del rey, Imprion Router, siempre solía hablarle de cómo era afuera. Le contaba cómo era la gente y los animales. Pero era diferente saber cómo son a estar ahí.

Imprion era un fiel amigo suyo, se podría decir que era como su "verdadero padre". Porque su padre, el rey, nunca tenía tiempo para él y si lo tuviera, no lo gastaría en él. Su padre lo odiaba por ser la persona que le quitaría su preciado trono. Pero Jade no lo sabía, Imprion sí.

Escuchó el ruido de la puerta y un escalofrío cubrió su cuerpo de abajo hacia arriba, sin dejar un lugar libre.

-¿Jade? – Su voz lo relajó y lo hizo soltar un suspiro.

-Me asustaste. – Rió ligeramente, pero sin poder ocultar el miedo que lo carcomía enteramente.

-¿Listo? –Jade solo miró su bolso de cuero marrón y su mirada se entristeció. – ¿Estás bien?

-Sí, solo que... - Suspiró una vez más. – Tengo miedo.

-¿Miedo? – Imprion se acercó a Jade y este se confundió por la tranquila mirada de su "casi padre". – Eso es normal, la mayoría de gente le tiene miedo a lo que no conoce. No tiene nada de malo.

-Pero...

-Si nunca te vas, no vas a saber si de verdad estás tomando una buena decisión – Levantó el bolso de la cama y lo cerró -. Pesa bastante. –. Rió.- ¿Qué llevas?

-Solo lo necesario. – Estuvieron un largo tiempo en silencio hasta que Imprion rompió el silencio, avisándole que tenía que irse rápidamente o no podría irse nunca.

Ambos, con ayuda de un mapa del castillo, atravesaron pasadizos secretos en la instalación hasta llegar a una salida que daba con un pueblo aledaño. Como nadie conocía al príncipe de su patria, no habría problema. Pero Imprion sí era conocido, a diferencia de Jade, por esa razón no pudo acompañarlo más.

-Recuerda no hablar con extraños, no acercarte a peleas ni iniciarlas, no comer nada en mal estado o de procedencia dudosa, no confiar en nadie rápidamente, no acercarte donde haya humo de cualquier tipo, no dar datos reales acerca de ti, no queremos que nadie sepa que está hablando con un príncipe, y, sobre todas las cosas, nunca olvidar quién eres realmente. – Jade se acercó para abrazar a Imprion, quién le correspondió el saludo.

-Gracias.

-De nada. Cuídate. – Deshicieron su abrazo y Jade se adelantó en el pequeño bosque hasta llegar al pueblo, mientras Imprion veía cómo su "casi hijo" se alejaba hasta quedar lejos de su vista. Se quedó ahí unos minutos más, deseando no haber tenido que hacer eso. Pero fue inevitable, era mejor eso a que estuviera muerto.

Mientras tanto, Jade paseaba por el pueblo muy animado, pero tratando de ocultar su buen humor para no quedar raro. Divisó mucha gente ocupada en distintas cosas, algunas mujeres vendían cosas en sus negocios, hombres hacían manualidades y otros pescaban. Entonces, de repente, pensó qué era lo que iba a hacer para conseguir tener una vida común, ¿tendría que hacer algunas de esas cosas? Seguramente no podría, todo el tiempo de vida lo gastó en aprender los nuevos estudios que se habían hecho en el campo de biología y filosofía. No serviría para esos trabajos.

OsadíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora