Prólogo

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Era una extraña tarde en Londres. Nubes oscuras habían empezado a formarse cubriendo el cielo donde momentos antes un sol cálido y brillante iluminaba el paisaje.

Un Rolls-Bentley de 1933 circulaba por la carretera a toda velocidad, más de la permitida.

Era algo inusual, pues en la parte trasera del coche unas plantas, de grandes hojas verdes, desentonaban con la estética del coche.

En el asiento del copiloto, había desparramado un ramo de tulipanes amarillos, delicadamente atados por un cordel dorado.

Un hombre con traje oscuro dirigía el coche. El  mechón que caía sobre su frente parecía una brasa encendida. En su mandíbula derecha, que apretaba con fuerza, tatuada la marca de una serpiente negra. En honor a ella, sus pupilas eran una afilada línea vertical tras los cristales redondos de unas gafas oscuras de sol. Aún así, el brillo de sus ojos ámbar serpentinos refulgía hasta en la luz, como dos fogatas encendidas. Sostenía su mirada en un punto fijo de la carretera, ajena a nada más.

Empezó a llover, y las fuertes gotas que impactaban contra el cristal solo consiguieron que el ocupante acelerara aún más el coche, apretando el volante hasta que los nudillos se tornaron blancos.

"Lo he perdido. Lo he perdido y no va a volver."

"Hace nada más que diez minutos estaba con él y ahora... ahora..."

— ¡¡SE HA IDO, JODER!!

De entre las densas nubes negras y la lluvia, que ahora era torrencial, salieron varios relámpagos que impactaron únicamente contra el techo del Rolls-Bentley.

El coche se salió violentamente de la carretera.

En su caída, dio tres vueltas de campana y se quedó balanceándose bocarriba. Las ruedas aún giraban.

Momentos antes, todo había podido ser diferente.

 —————————⊰◌⊱——————————

No parpadeé. Mis pupilas temblaron durante el breve silencio que había seguido a la propuesta. Mis facciones se desencajaron, intentando procesar lo que significaban esas palabras. Esos ojos azules me devolvían la mirada esperando una contestación.

Una voz se articuló crispada en el silencio. Mi voz.

— Dime que dijiste que no.

Quería huir, transportarme a otro lugar, marcharme de esa librería y no conocer la respuesta.

De nuevo, silencio, sólo roto por el tic tac de un viejo reloj. Un rayo de sol entraba por la ventana iluminando suavemente el rostro etéreo, casi marmóleo del ángel que tenía ante mí. Sus tirabuzones blancos delicadamente iluminados corroboraban la sensación de hallarme ante una imagen divina. Pero sus ojos, al contrario, me transmitían una vorágine de sentimientos distintos entre sí.

— ¡Dime que dijiste que no!—grité asustado.

A tres pasos de mí, Aziraphale parecía no entender mi reacción. Se recompuso y contestó,

— Si estoy al mando, podré cambiar las cosas...

Maldita sea. No podía creerlo.

— Oh por dios... Por dios... Está bien—intenté tragar el nudo que se estaba formando en mi garganta, sin éxito—. No he llegado a decir lo que quería decir. Lo diré ahora —.

Sentía mi corazón latir con fuerza y como la sangre de mis venas se retraía. La ansiedad hizo que empezara a jadear, mi mente no paraba de dar vueltas a todos los sentimientos recluidos en ella.

Entre el Tiempo y la Eternidad (Good Omens)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora