Una mano con las uñas pintadas de negro se agarró al marco de la ventanilla del coche, clavándose los cristales rotos en la piel. Un hilillo de sangre, del color del oro oscuro, salía de los mechones pelirrojos de la cabeza y pasaba por los labios de Crowley. Éste, después de retirarse un cristal de la cara, salió arrastrándose por la ventana del conductor, jadeando. A pesar del terrible accidente, el Bentley estaba milagrosamente casi intacto.
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— Eres mi coche... No te vas a librar de mí tan fácilmente.
Todo giraba y daba vueltas, la cabeza me dolía. Los infinitos cristales rotos crujían en el charco de agua bajo mis rodillas. La lluvia seguía cayendo cruel e impasible ante cualquier situación que sucediera en la Tierra. Sonreí irónicamente mirando al cielo.
Tosí y me aparté a un lado del coche mientras respiraba con dificultad, terriblemente mareado. Había caído a un lado de la carretera, entre arbustos que habían absorbido el impacto.
Me senté y puse la cabeza entre mis rodillas, intentando tranquilizar el clamor doloroso de mi pecho. Sentí como las pupilas de mis ojos, que hasta ahora eran una delgada línea, empezaron a expandirse y regresar a su estado normal, conforme iba llegando oxígeno al cerebro. La sangre me ardía en las venas, golpeándolas con rapidez.
Dirigí una mirada a mi alrededor. Quería gritar, pero no me salía la voz ante el espectáculo tan extraño que era ver el Bentley dado la vuelta y aplastado contra el suelo. Era como si una soga aferrara fuertemente mi garganta.
Si no pudiera hacer milagros, si mi cuerpo no fuera un poco "resistente", si tan solo fuera un humano... de ser así, seguro que ahora estaría...
El dolor me devolvió a la realidad. El inusual sabor de la sangre en mis labios me desagradaba. Pasé la lengua por ellos, limpiando la herida que me había hecho el corte con el cristal. Sentir dolor, "sangrar" era extraño. Me recordaba la fragilidad cada vez más eminente de mi corporación. Durante los segundos que había estado en el aire mientras el coche daba vueltas, había habido unas fracciones de segundo en los que me dejé desconectar, como si el tiempo se hubiera detenido. Quizás hubiera sido así. Mi mente se apagó y dejé de sentir.
Un chasquido de mis dedos dio la vuelta al coche, que se estremeció sobre sus ruedas.
Me asomé al desastre que había en la parte trasera del coche. Todas las plantas que llevaba en el asiento de atrás se habían volcado en las vueltas de campana. Hojas, tierra y trozos de cerámica cubrían los asientos y el suelo— joder, no...—susurré.
Era lo que faltaba. Desde que el Infierno me había quitado mi propia casa llevaba todas mis pertenencias en el coche. Había tenido que salir precipitadamente cogiendo las pocas cosas que tenían más valor para mí. Y aún así solo había podido llevarme unas pocas de allí.
Esas plantas, de forma estricta, habían crecido perfectas, sin un solo defecto. Había sido extremadamente perfeccionista con ellas, hasta el punto de la obsesión. Quizás fuera extraño, pero mi relación con ellas era una profunda conexión. Cuidarlas me alejaba del ruidoso mundo hacia otros tiempos, antiguos, donde la plenitud de la superficie del planeta se hallaba cubierta por ellas, y mi cuerpo se deslizaba en forma de serpiente. Al mismo Edén. A veces añoraba esa "sencillez". Con el paso del tiempo todo se hacía más y más complicado...
Verlas así me recordaba lo lejos que estaba todo eso.
Me tumbé encima del capó, entre cristales rotos y tulipanes que habían salido despedidos del coche. Estaba muy cansado.
La lluvia limpiaba la sangre seca en su paso por mi piel, diluida en finos ríos dorados.
—¿Estás bien bonita...? Lo siento, he perdido los estribos. Hoy he perdido muchas cosas, ¿sabes? no estoy teniendo... un buen día. Ni buena vida, ni buena... eternidad—acaricié suavemente uno de los faros. Los vidrios del coche se repararon con un tercer chasquido, e hice lo que pude para reparar el desastre de los asientos de atrás.—Te pondrás bien, sólo estás un poco magullada. No quiero perder nada más.
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Entre el Tiempo y la Eternidad (Good Omens)
Romance"Aziraphale se ha marchado. No queda atisbo de él en la Tierra. Ni siquiera queda su librería. Otro ángel la ha usurpado. Aunque no esté, no puedo ir a ningún lugar que no me recuerde a él. Está en todos lados, y sobretodo en mi mente. No puedo es...