3. Ten cuidado con lo que deseas

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El tío Oskar no debía de estar muy preocupado, porque se ha dormido nada más poner un pie en la cama, mi cama, y lleva roncando las últimas dos horas. Entiendo que mis padres no le han hecho dormir en el sofá para no alterar aún más la convivencia familiar, pero ¿era necesario que compartiera habitación conmigo? Más aún cuando estoy durmiendo en un saco de dormir colocado por mi madre en el suelo. Con mucho amor, según ella.

Sin embargo, ninguno de estos elementos es el que me impide dormir. Lo que de verdad está acabando con mi paciencia es mi móvil, que está silenciado encima del escritorio, tan cerca como para poder tocarlo si alargo la mano. Eso es lo que llevo haciendo desde que el tío Oskar se durmió: mirar el móvil por si ese mensaje que estoy esperando se materializa como por arte de magia. Solo que el mensaje no llega y a mí ya no me quedan lágrimas que soltar.

¿Es una cuestión de amor o de orgullo? ¿De ambas? Yago es el amor de mi vida, eso lo tengo claro. De lo que no estoy tan seguro es de por qué me está doliendo tanto asimilar que no va a volver. He llegado a la conclusión de que lo más duro de que te rompan el corazón es no saber qué parte de la culpa es tuya. ¿Qué he hecho mal, Yago? ¿Qué se te pasó por la cabeza en el momento en el que decidiste acabar con la relación más bonita que he tenido en mi vida? Ojalá pudiera estar en su lugar para saberlo.

Decido que no voy a conseguir dormirme pronto, así que me levanto para ir al baño. Me lavo la cara con agua fría con la esperanza de que me aclare las ideas, pero al volver a la habitación sigo hecho un lío y, además, tropiezo con la bolsa de viaje de mi tío. El contenido se esparce por el suelo con un sonido metálico y yo maldigo por lo bajo. Mañana, además de unas bonitas ojeras, voy a tener un moratón en el pie derecho. ¿Qué narices guarda mi tío en su bolsa? Como si me hubiera escuchado, Oskar suelta un ronquido más fuerte de lo normal. Espero no haberle despertado con este escándalo.

Procedo a guardarlo todo de nuevo. No obstante, algo llama mi atención. En lugar de los enseres básicos que alguien podría esperar en una bolsa de viaje, el suelo está lleno de todo tipo de objetos. Además de papeles escritos en alfabetos que no conozco, hay pulseras y collares de oro, tokens de madera, unos nunchakus e incluso un tablero de ouija.

Frunzo el ceño mientras le echo un vistazo a mi tío, que sigue durmiendo con tranquilidad. Se me empieza a resecar la boca.

Recojo todo de forma apresurada hasta que mis ojos se posan sobre una lámpara igualita a la que sale en la película de Aladdín, mi favorita cuando era niño. Me relajo al pensar que mi tío pueda ser ahora un coleccionista o algo similar. Con cuidado, tomo la lámpara entre mis manos. Antes de guardarla, me aseguro de que nadie me esté observando y comienzo a frotar las mangas de mi pijama contra el metal dorado. Por si acaso.

Lo que no me espero es que, nada más limpiar la lámpara, un humo morado inunde la habitación. Mi tío tose y yo caigo de culo justo en el mismo instante en el que un viejo medio desnudo aparece flotando en mitad de mi dormitorio. Un viejo y toda su casa, al parecer, porque junto a él aparecen una cama y una mesita de noche. Él, por su parte, está en postura de meditación y lleva un turbante en la cabeza del mismo color del humo. Se le notan tanto las costillas que tengo que contener un gesto de asco.

—¿Qué...?

El hombre (¿el genio?) abre un ojo y resopla. Sus labios dibujan una mueca. Murmura algo por lo bajo, pero acaba por incorporarse.

—¿Qué quieres? Estaba en pleno viaje astral.

—Yo...

El genio frunce el ceño mientras me mira de arriba a abajo.

—Eres nuevo en esto, ¿verdad? —suspira—. ¿Por qué siempre me tocan los nuevos?

Al ver que todavía estoy recuperándome del susto, continúa hablando.

—Soy el genio de la lámpara, bla, bla, bla. Todas esas cosas. Tienes derecho a pedirme dos deseos y ni uno más.

—¿No eran tres?

—Este trabajo está muy mal pagado, chico. Además, la gente es una quejica y soy yo quien tiene que aguantar todas las culpas. ¿Me vas a pedir un deseo o no?

Mi tío empieza a revolverse en la cama. No sé cómo se lo va a tomar cuando se entere de que he estado trasteando entre sus cosas, así que mi primer impulso es pedirle al genio que haga como si nada hubiera sucedido. Aunque...

Me lo pienso mejor. Sí que tengo un deseo importante que pedir.

—Yago, mi novio. O sea, mi exnovio. Ahora. Eh... me dejó y no sé por qué. Me gustaría saberlo.

El genio se cruza de brazos.

—Entonces tu deseo es...

Un grito ahogado hace que ambos nos demos la vuelta. Mi tío se ha despertado y nos observa con los ojos desorbitados. Empieza a pelearse con las sábanas.

—¿Álex? ¿Qué estás...? ¡Espera! Es peligroso. Ese genio...

No, no voy a dejar que me detenga estando tan cerca de solucionar todos mis problemas.

—Quiero ser capaz de entender por qué Yago me dejó —le pido al genio—. Me gustaría vivir en sus zapatos. Por un tiempo, al menos. Ese es mi deseo. Así...

Mi tío consigue levantarse de la cama y se abalanza sobre mí. Antes de que pueda terminar de hablar, me tapa la boca, pero ya no puede hacer nada por cambiar lo que ha sucedido. El genio se encoge de hombros.

—Como desees.

Lo último que veo antes de que todo se vuelva negro es al genio desapareciendo en una nube de humo violeta.

***

Palabras totales: 976

Ay, ay, ay, Álex. ¿Qué has hecho? Como me comentasteis algunos en la sinopsis, de aquí puede salir una historia maravillosa o una pesadilla.

Si os encontrarais con un genio, ¿qué deseo pediríais? Yo me conformo con tiempo para poder acabar esta novela en plazo xD

Esta semana la tengo un poco complicadilla, pero espero publicar pronto. ¡Hasta entonces! :)

Entrelazados [#ONC 2024]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora