Capítulo 3. Juegos de tablero

125 27 20
                                    

E R E N

He atrapado a una princesa. No la he rescatado, ni mucho menos. De hecho, puede que en lugar de rescatarla haya decidido quedármela.
Eso hace que sonría de una manera de la que quizá no debería presumir delante de ella.
Sus ojos inspeccionan mi cuerpo desnudo, y eso, calienta algo dentro de mi que hacía tiempo no sentía. Como arañazos en lo profundo, desgarrando mis entrañas desesperadamente para salir y devorarla.

Quiero follarla otra vez. Voy a follarla otra vez.

Traga duro cuando llega a mi rostro y sus mejillas, teñidas de un color familiar, me causan algo de gracia.

No tiene idea de dónde se ha metido, y estoy contento de ello.

—No te pongas nerviosa, no es que vaya a secuestrarte ni nada de eso—miento, porque no está fuera de mis planes amarrarla al techo y dejarla ahí colgada por toda la noche.

Calmo los pensamientos depravados que no paran de golpearme. Siempre he sabido que tengo un lado que controlar, pero hacía años que no salía, y estoy más sorprendido que ella de que en menos de un par de horas haya conseguido derribar cada uno de mis límites mentales.

Lo supe desde que la vi, desde que la olí.

Y eso me cabrea.

–Aunque no me faltan ideas...— termino por decir.

Aprieta los dientes con fuerza y se endereza.

—Muy gracioso... – su sarcasmo vuelve a interponerse.

La veo caminar por la sala y, como una majestuosa presa me deja a la vista su cuello. Se siente, se acomoda el pelo tras la oreja y pienso en las malas ganas que tengo de besar y morder esa zona.

Contrólate, maldita sea...

Sólo un beso, eso es todo lo que necesito ahora.

Me acomodo tras ella y la miro desde mi altura. Ella inclina la cabeza hacia atrás para mirarme y cuando lo hace, desciendo hasta besarla. Su boca sabe a maldita perdición. Mi lengua no se resiste a inspeccionar su interior.

Quiero más. Necesito más.

—Juguemos...– murmuro sobre su boca

–¿Qué?— jadea cuando me separo de ella — ¿Jugar? ¿A qué?

Se ve desorientada y cachonda. Me hace reír de una forma que ella debería temer, pero no lo sabe.

No quiero hacerle daño, quiero jugar con ella. Quiero que sea mi juguete, pero al mismo tiempo, mis limites siguen estando ahí de alguna manera. Estoy cabreado de que haya logrado descontrolarme así, porque no soy una persona que esté fuera de control. Pienso cada cosa que hago y digo, aunque mis impulsos siempre están jodiendo. Aunque mis necesidades y deseos a veces se interponen.

Ahora ella es mi necesidad y deseo, y no pienso desperdiciar esta oportunidad.

—¿A qué crees que quiero jugar, Jessie?— inclino mi cabeza. Su pelo negro se ve ligeramente alborotado de nuevo.

–Tú... quieres... — balbuceó

—No voy a follarte otra vez, pequeña pervertida.— sus mejillas se tiñen de un fuerte color rojo— Relájate un poco.

—Vete a la mierda...— susurra inflando su pecho, sus tetas de inflan contra mi camisa y mi polla salta en respuesta.

Mentí. Jodidamente mentí. Si que voy a follarla. Y duro.

Inefable - Cuarta edición Donde viven las historias. Descúbrelo ahora