Capitulo 2: Rostros en la Niebla

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María y yo no cruzamos ni una sola palabra durante el trayecto. A medida que avanzábamos, el bullicio de la ciudad se fue apagando hasta convertirse en un murmullo lejano. Solo el susurro del viento rompía el silencio, deslizándose sobre nuestros pasos solitarios, llenando el aire de una serenidad inusual.

El camino que tantas veces habíamos compartido estaba llegando a su fin. El inevitable momento de separarnos se acercaba más rápido de lo que esperaba, y cuando nuestros ojos se encontraron, no hubo necesidad de palabras. Una gratitud silenciosa que siempre acompaña los finales. De repente, me rodeó con sus brazos. Un gesto inesperado, pero calido. Antes de que pudiera reaccionar, ya se había alejado, dejando en el aire sus últimas palabras.

"Adiós, Roger... Nos vemos mañana".

Había algo diferente en su sonrisa, una sombra en sus ojos que nunca antes había visto. Pero no dije nada. No quería añadir más peso a ese adiós ya melancólico. Solo me quedé viéndola alejarse, hasta que desapareció en la distancia.

El último tramo de mi regreso se llenó de soledad. Un frío extraño me invadió, como si el hueco dejado por su ausencia se expandiera dentro de mí. Las calles vacías, cubiertas por una calma inquietante, parecían querer susurrarme un secreto que no lograba entender.

Entonces, una inquietud recorrió mi espalda. Sentí como si algo se moviera entre las sombras, siguiéndome. El camino, normalmente corto, se alargaba interminablemente, como si la oscuridad misma lo estuviera estirando. El viento, que ahora rugía con más fuerza, intentaba comunicarme algo, un mensaje que seguía sin comprender.

Perdido en mis pensamientos, no me di cuenta de que había llegado a la puerta de casa. La luz tenue que escapaba del interior era un alivio frente a la oscuridad del exterior. Abrí la puerta apresurado, ansioso por refugiarme en la calidez del hogar.

Al entrar, noté que mi madre ya estaba dormida. No me había esperado mucho, aunque no era tan tarde. Decidí no despertarla y subí las escaleras, esperando dejar atrás esa sensación inquietante que me había seguido.

El final de las vacaciones se desvanecía rápidamente, y la vuelta a la escuela esperaba al otro lado de la noche. Me sentía incómodo, pero traté de no pensar demasiado en ello. Me dejé caer en la cama, seguro de que el cansancio pronto me vencería.

Pero los minutos pasaban, y el sueño no llegaba. Me di vueltas en la cama, buscando una postura cómoda que me dejara dormir, pero nada funcionaba. Entonces, algo llamó mi atención. Lo vi por el rabillo del ojo. Giré rápidamente y lo vi...

Nada más que una silla con ropa encima. Aun así, algo tan cotidiano como el desorden de mi habitación me mantuvo despierto durante lo que parecieron minutos o quizás horas. Sacudí la cabeza y decidí mover la ropa, cuya silueta parecía monstruosa en la oscuridad.

Abrí las cortinas, dejando que la luz plateada de la luna bañara la habitación. Cerré los ojos un momento, recordando las palabras de María sobre la isla del tesoro, dejándome llevar por mi imaginación. Me vi a mí mismo cruzando el vasto océano, buscando aquella misteriosa isla en la distancia.

Abrí los ojos de nuevo y, a través de la ventana, la vi a ella. María. Estaba sentada en la banqueta, en medio de la noche.

¿Cómo podía estar allí? ¿Se habría olvidado de algo?

Mi mente se llenó de preguntas mientras la observaba. Bajé las escaleras corriendo, abriendo la puerta con un portazo para alcanzarla.

Una espesa niebla cubría las calles, envolviendo los colores vibrantes de las fachadas en un manto fantasmal. El frío calaba hasta los huesos, pero allí estaba ella, inmóvil.

Me acerqué con cautela, preguntándome si acaso estaba soñando. Sin embargo, su presencia era tan real como la brisa nocturna. Su mirada estaba fija en la distancia, contemplando algo que mis ojos no podían ver.

"María... ¿Qué estás...?" Mi voz se perdió en el aire mientras intentaba alcanzarla con una mano.

Ella giró lentamente, sus ojos brillaban con una intensidad extraña. "Roger... quiero mostrarte algo," susurró antes de echarse a correr.

"¡Espera!" grité, iniciando una persecución desesperada. Pero ella era más rápida. Solo podía seguir su rastro desde la distancia, deseando alcanzarla.

Nada tenía sentido. Corríamos sin rumbo por calles vacías, los faroles aumentaban y disminuían su intensidad al pasar, hasta que me di cuenta de que estábamos en la playa, el lugar donde todo había comenzado.

María bajó de un salto hacia la orilla del mar. Con gran esfuerzo, logré alcanzarla, jadeando por recuperar el aliento. Ella me miró, tranquila como siempre, y dijo: "Esto es lo que quería mostrarte, algo solo para ti."

Apartó la vista y se enfocó en la vasta oscuridad del océano. Las luces del pueblo brillaban con intensidad, creando la ilusión de un amanecer tras nosotros.

Desesperado, corrí para tomar su mano, temiendo que se fuera sin mí. Pero ella siguió caminando hacia el agua, y con los últimos destellos de luz, mi visión comenzó a desvanecerse.

Desperté de golpe.

Abrí los ojos lentamente, encontrándome de nuevo en mi cama. El amanecer se filtraba a través de las cortinas, llenando la habitación de tonos cálidos. ¿Había sido solo un sueño?

Me senté, pasando una mano por mi cabello despeinado. La luz del sol acariciaba mi rostro, mientras una poderosa inquietud llenaba mi mente. Era hoy...

El primer día de clases había llegado. Me levanté, sintiendo la fresca mañana que me invitaba a salir. Después de vestirme y lavar mi cara, bajé a desayunar. No había nadie despierto en casa, así que salí a caminar hacia la playa.

El sol, oculto entre las nubes, daba un calor suave mientras la brisa me acariciaba el rostro. Caminé por la orilla, mis pensamientos volviendo a ese sueño extraño.

La idea de que pudiera tratarse de una aventura me emocionó por un momento, pero pronto me sentí como un tonto. Miré la hora, apurado por no perder el primer camión a la escuela. Escuché el ruido familiar de los engranajes del camión acercándose.

Corrí con pánico, temiendo perderlo, pero logré alcanzarlo justo a tiempo gracias a que un muchacho de aspecto descuidado parecía subir en la misma parada que yo. Cargué una última vez con todas mis fuerzas para alcanzarlo.

La vida siempre tiene sus sorpresas, ¿no?

La Nueva Isla del TesoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora