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El rocío de la mañana empapaba la hierba del campo y provocaba goteos en las ramas de los árboles. Fue esto lo que despertó al mercenario de su profundo sueño, además del frío característico de la región. Un cielo gris lo saludó con gélidos besos cuando abrió los ojos de mala gana. El día sería húmedo y tal vez no saldría el sol hasta más tarde. De sus provisiones sacó un tasajo de carne y lo mordisqueó hasta que alivió un poco el hambre. Tenía que ganar algo cuánto antes para poder pagarse una comida caliente. Tal vez intentaría arquería, unas cuantas apuestas y tendría suficiente hasta para embriagarse.

Se mojó el rostro con un poco de agua de río que recolectó la noche anterior y vistió lo mejor que pudo con sus viejas prendas negras. Tenía que hacer una visita importante. Escondió la espada dentro de un árbol marchito y se dirigió al centro de la celebración.

Crowley caminó entre las tiendas, el gentío de escuderos y vendedores corriendo de un lado a otro le permitió pasar desapercibido hasta entrar a la pequeña ciudad que habían montado en el interior de las murallas. Los caballeros que se alojaban ahí dentro eran mucho más opulentos y poderosos que cualquiera de los que estaban afuera. Se dio cuenta de que ahí era más difícil esconderse y en más de una vez lo confundieron con un sirviente o un caballerizo. Asentía a todas las órdenes con educación y luego se iba. No le faltaban ganas de borrarles las sonrisas soberbias a golpes pero debía ser cuidadoso si quería llegar hasta su caballero blanco.

Después de un largo camino y muchos desaires, finalmente distinguió el dorado estandarte en la punta de una enorme tienda. En la puerta estaban apostados dos guardias reales cuidando al noble que se alojaba ahí. Ni siquiera intentó acercarse a pedir permiso para entrar, en su lugar se escabulló entre las demás tiendas y personas para acercarse a la parte trasera donde sabía que había una abertura sin coser. El dueño era demasiado olvidadizo para recordar mandar a coser esta entrada secreta.

El interior de la tienda olía a incienso y vino; las sedas blancas colgaban con galanura con el único motivo de embellecer el lugar, en el centro había una larga mesa llena de pergaminos y libros, y un juego de tinta. Disponía de todas las comodidades posibles en un pabellón de viaje; almohadas de plumas hechas de tejidos suaves, pieles de animales para proteger del frío, una gran bañera de cobre, fruta, comida y vino.

Un hombre miraba la armadura blanca colgada en una esquina, tan distraído delineando los caminos de los exquisitos grabados. La ropa que llevaba era de color crema, con bordados damasquinos; sus botas estaban hechas del mejor cuero que el mercenario había visto. Crowley no hizo el menor ruido para así poder verlo en silencio todo lo que le fuera posible. Sin importar cuantas veces el destino los reuniera, jamás podía ignorar el poder que su presencia tenía sobre él.

Se moría por enredar sus dedos en aquellos rizos tan rubios que eran casi blancos, comprobar si seguían siendo tan suaves como antes. Pero se abstuvo, aún cuando eso le lastimaba el alma. En su lugar intentó cambiar su semblante, parecer menos embelesado de lo que estaba por su imagen.

—¿Va a participar en las justas, Sir Aziraphale? —preguntó de pronto Crowley, asustando al otro hombre que se giró de prisa para encararlo.

—Crowley. —Fue lo único que pudo decir, y sus ojos brillaron con la más pura sorpresa.

—Cuanto tiempo, ángel. Veo que no has cambiado nada.

—No me llames así —dijo el rubio, indignado—, y no deberías estar aquí.

—¿En tu tienda o en el torneo?

—¡En ninguno de los dos! Si no te vas ahora mismo llamaré a la guardia del rey, y no puedo prometer que ellos perdonarán tu vida.

El caballero de las serpientes l||l AziraCrow (Good Omens)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora