Sospecha

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-Yo quería preguntarte si quisieras hacer un turno conmigo, incluso una revisión o intervención- hablo rápido luciendo avergonzado. -E-es con fines de educativos, quiero que los chicos vean cómo trabajas-

-Oh, si está bien, pero deberá arreglar con Tanyu-

Al decir esto le quedó mirando desconcertado, sin entender si le había rechazado o aceptado.

-Él es mi maestro y maneja mis horarios- le recordó.

-Ah, claro, Tanyu es tu tutor, está bien lo haré-

Asintió y se fue sin esperar respuesta, escucho un largo suspiró a sus espaldas, pero no tenía sentido preocuparse todo había sido aclarado.

Entró sin llamar, como estaba acostumbrado, sorprendido al encontrarse de cara al mayor, que iba de salida. Volvió algunos pasos para crear distancia.

-Ahora sí puedo notar que el sol te flechó- le informó volviendo a entrar a la oficina, haciéndole esperar en su lugar. -Ven, déjame ayudarte-

Le enseñó una pomada y cortó las distancias, sintiendo su respiración mezclarse con la suya. Con cuidado y precisión colocaba de a poco aquella crema, ni siquiera sintió el toque del mayor, al terminar se quedó un momento más.

-No es grave, aunque creo que ya lo sabes- avisó suspirando, cansado quizás.

A veces solía suceder, el mayor se quedaba observando. Muchas veces en trance, otras no lo sabía, así que no era extraño que lo hiciera y no se le hacía incómodo.
Tomó la iniciativa de alejarse, recordando que estaba en la puerta y todo el pasillo podía verlos. No hacían nada malo, pero era mejor evitar más chismes.

-Bien, vamos a dar nuestro último chequeo y ya puedes irte- se aclaró la voz para luego bostezar y comenzar a caminar delante. -Por cierto, ¿Dónde está mi batido?-

Oh, lo olvidó.

-Aquí-

Le llamó Ferman, que permanecía en el mismo lugar en el cual conversaron. Creyó que solo le diría para molestarlo, en cambio el ojiazul le “entregó” el vaso, por no decir que estrelló el frágil recipiente y el poco contenido se regó en la impecable bata y camisa blanca.

-Ferman, ¿qué mierda?- aguantó los insultos para alejarse sorprendido.

Inmediatamente buscó en sus bolsillos algunos pañuelos para intentar secar la gran mancha rosa y naranja.

-¿Qué te pasa? ¿Acaso eres ciego o solo estúpido?- comenzó a recriminar al otro médico de cabello oscuro.

El doctor más joven no le respondió, solo lo miró mal y se dió la vuelta, como si nada pasara.

-Sabes lo que estás haciendo y es para molestarme- dijo a modo de explicación para irse tranquilo.

-Lo mejor será llevarlo a lavar inmediatamente, o quedará manchada-

-Si, tendré que buscar un cambio, justo en mi salida- volvió a quejarse aún molesto. -Bueno me vendrá bien una ducha-

Suspiró por cuarta vez en unos minutos. Sabía que estaba de mal humor, pero no le dijo nada, quizás porque ya era hora de irse y no tenía sentido discutir entre ellos.
El doctor mayor volvió a la oficina y él detrás, ofreciéndose a llevar la ropa, cosa que no se le negó.

Al tener la ropa perfectamente doblada, a pesar del líquido, se apresuró a llevarla a la lavandería. Una vez allí, se dedicó a esperar, no es que la necesitará, pero podrían tomarla por equivocación y entonces no tendría salvación.

-¿Por qué estás esperando? Él puede hacerlo-

La voz del causante de aquel desastre le distrajo de sus pensamientos, viéndolo ingresar y quedarse a un lado de la puerta, que fue cerrada.

Tardes de veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora