Capítulo 1

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La luz del sol en el horizonte apenas era visible cuando se podía escuchar el canto del gallo con claridad, en aquel gran rancho.
Wendy se levantó de su cama, como cada mañana, siguiendo una rutina casi igual a la de todos los días, pensando en lo aburrida que se había vuelto su vida. Y al terminar de tomar un baño, sacó de su closet una de sus clásicas blusas a cuadros acompañada de sus indispensables jeans azules con sus largas botas de cuero a color café. Vistiendo esas prendas, aún sentía que olvidaba algo, más no podía recordar que era. Así que optó por arreglar su cabello. Deslizando el peine que desenredaba su enmarañada cabellera oscura, observando su reflejo en aquel pequeño espejo, sin expresión alguna en el rostro. Siempre tan sería. Con su personalidad que en ocasiones solía tornarse un tanto suceptible. Comenzó a trenzar su cabello, hasta terminar peinada en dos trenzas y salió de su dormitorio, dirigiendose al comedor para prepararse un desayuno ligero antes de salir a realizar sus labores de cada mañana en el establo. Salió con dirección al gallinero de dónde sacó los huevos frescos que habían puesto las gallinas para llevarlos en su humilde canastita y así enconvertirlos en su desayuno. Nuevamente de regreso en el comedor, dejó la vieja canastita sobre la gran mesa de madera, para después buscar en la alacena una botella de aceite, y al encontrarla desenroscó la tapadera de ésta, vaciándo un poco sobre un sartén al cual le prendió fuego en una parrilla de la estufa, momentos después rompió el cascarón de un huevo que vertió sobre el aceite caliente dentro del sartén. Sacó del refrigerador un tosino y lo frió junto al huevo, preparando así el que sería su desayuno de esa mañana. Cogió un par de naranjas entre sus manos, y después de enjuagarlas, tomó un cuchillo firmemente, partiéndolas por la mitad, hecho esto, les exprimió el jugo, vertiéndolo en una jarra que colocó cerca de un vaso de vidrio, y finalmente tomó asiento en aquella gran mesa del rústico comedor en el rancho de sus padres, dejándo su plato con su desayuno listo, sin esperar ni un sólo segundo más, no dudó en comenzar a devorar su alimento, tomando de su jugo de naranja fresco, cada cierto tiempo. Al terminarse su desayuno por completo, llevó sus trastes sucios al fregadero para lavarlos, y cuando terminó, salió directamente hacia el gran establo del rancho para hacer sus labores al igual que todos los días, desde que tenía quince años
Con una pala entró al establo para limpiar el excremento de los animales y a ponerles alimento nuevo, dejando para el último a su queridisima yegua Holly, a la cual, dedicaba la mayor parte de su tiempo, porque para ella era muy especial, y la consideraba su mejor amiga a pesar de ser un animal, cosa por la que Wendy era juzgada al tener de mejor amiga a una yegua en vez de una chica humana o alguien que al menos fuese de su misma especie.
Sin embargo, Wendy no era de las personas que prestan mucha atención a lo que dice la gente, y no se dejába afectar por las cosas que decían de ella, aún cuando la veían mal por considerarla una chica rara y diferente. O en otro contexto, una chica anormal.
El reloj marcaba las diez de la mañana con ocho minutos y para Wendy sus labores en el establo ya habían sido completadas.
Al entrar a su peculíar hogar, se encontró con sus padres desayunando en el comedor, platicando placidamente hasta notar su presencia.
—Wendy, toma asiento. Por favor —dijo su mamá cambiando radicalmente la expresión de su rostro.
—Hija, hay algo que tenemos que decirles. No es cualquier cosa y por eso esperamos que reaccionen de una manera positiva —Agregó el hombre, tomándo de la mano a su esposa.
—¿Qué sucede? —Inquirió Wendy, confundida—. Mamá, papá, hablen ya. Me dejan intrigada, por Dios.
—Oh pues, ya suelten la sopa, que yo también quiero saber que sorpresa nos tienen guardada —dijo el hermano menor de Wendy.
—Hugo tiene razón, ya no la hagan de emoción y digan que sucede —replicó Wendy, sentándose en una de las sillas de la mesa.
—Bueno —la mujer suspiró y luego prosiguió—. Me alegra comunicarles que voy a ser mamá por tercera vez.
—¿Qué? —dijo Hugo, dejándo caer su trozo de tocino al suelo y el perro se acercó para cogerlo en su hocico, llevándoselo fuera de ahí para comerselo.
—Dime que es broma —susurró Wendy petrificada por la noticia.
—No es broma —aseguró su padre con una sonrisa surcando su rostro.
—¡Van a tener un hermanito! —exclamó la mujer desbordante de felicidad.
—Podía esperar cualquier cosa menos esto —Vaciló Hugo.
El hombre se levantó de su asiento y salió del comedor para después regresar con un sombrero que puso sobre la cabeza de su hija.
—Hoy no te pusiste tu sombrero Wendy —dijo situado atrás de ella.
—Oh, gracias papá. Sabía que me faltaba algo, pero no podía recordar que era —admitió la chica levantándose de su asiento.
—¿Un hermanito? —inquirió Hugo, intentándo asimilar la noticia que sus padres les acababan de dar.
—O una hermanita —dijo su madre sin parar de sonreír.
—Bien, creo que Hugo aún está en shock por la noticia, pero por mi, supongo que está bien mamá —musitó Wendy, colocando sus manos sobre el respaldo de la silla.
—Me alegro hija. No es nada del otro mundo la llegada de un nuevo integrante a la familia —añadió su madre, considerando las distintas reacciones que sus hijos presentaban ante la noticia.
—Pero Wendy ¿Cómo es que puedes tomarte esto tan a la ligera? —Preguntó Hugo, mirándola con una mueca en el rostro.
—Quizás porque ya maduré, y tu, aún no —contestó Wendy, sonriéndo.
—Lo dudo mucho, eres demasiado boba como para hablar de madurez.
—Oye, no olvides que ya tengo diecinueve años, y tu aún no llegas ni a los dieciocho —refutó Wendy.
—Pronto cumpliré la mayoría de edad, y por fin tendré los dieciocho —dijo Hugo.
—¡Ya basta! —intervinó su padre molesto.
—Perdón —susurró Wendy.
—Ah, por cierto, casi lo olvidaba, Wendy. Hoy llega tu prima Estefani, desde Washinghton D.C. —dijo su mamá.
Wendy al escuchar esas palabras, no pudo evitar comenzar a dar saltitos de emoción, soltándo pequeños grititos de felicidad.
—¿Por qué se emociona tanto? —inquirió Hugo, mirándola raro—. Y no me equivoque cuando dije que ella no sabe lo que es la madurez.
— ¡Es que es Estefani! ¡Viene por fin, después de tantos años! —Gritó Wendy.
—Entiendela. Es su prima favorita y no se veían desde hace mucho tiempo —contestó su mamá.
—Ah, claro. Estefani 'Inteligentus maximus' —musitó Hugo, recordando el apodo de su prima.
—¡Si! Es ella. ¡Estefani! —dijo Wendy, emocionada—. ¿A qué hora llega, mamá?
—Me parece que a las cuatro de la tarde.
—Ay, pero, pero, pero ya no quiero esperar más —espetó Wendy.
—Pero, pero, pero. Pareces adolescente enamorada ¿Acaso la amas? —Bufó Hugo, riéndo.
Wendy lo fulminó con la mirada.
—Sólo era una broma. No te enojes —dijo Hugo a su defensa.
—Bien. Sólo porque no quiero discutir contigo —musitó Wendy, desviando su mirada—. Saben que, mejor saldré a montar un rato por los maizales, en lo que llega Estefani.

Wendy Y Las Mujeres De NegroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora