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Beomgyu a veces soñaba con el momento en el que despertaba en el hospital, aturdido, sin saber dónde estaba ni por qué estaba acostado cuando solía estar sentado siempre.

Siempre.

Su orientación era un desastre en ese instante, sobre todo porque apenas recordaba algo de lo ocurrido horas atrás, su mente siendo un lío de ideas inconexas que no podía desentrañar con facilidad.

Levantó la vista, viendo que en su brazo había una aguja enterrada, y el pánico se apoderó de él.

Su mano tembló cuando agarró ese extraño artefacto y se lo arrancó, punzante dolor estallando en su brazo mientras sangre escapaba de la herida, pero no lo preocupó en ese instante, sólo podía pensar en averiguar dónde estaba a pesar de que una de las primeras reglas que le habían enseñado era asesinar la innata curiosidad que podía tener.

Se movió sobre la cama, sacando sus pies por la orilla y empujándose para ponerse de pie, pero sus delgadas piernas parecieron desconocer esa acción, porque cayó estrepitosamente al suelo. Pudo sentir el escozor en sus rodillas, aunque lo ignoró por completo, ya que no era el peor dolor que experimentó alguna vez en la vida.

Pestañeó, levantando la cabeza, viendo la sangre deslizarse por su brazo. Lo ignoró otra vez, tratando de ponerse de pie, y luego de varios segundos batallando, dio un par de pasos, apoyándose por la pared en todo momento. Sentía que, en cualquier momento, se daría un nuevo golpe contra el suelo.

Salió del cuarto, viendo el pasillo vacío, y al volverse a mirar por la ventana notó que era de noche. Arrugó el ceño, confundido, su cuerpo moviéndose automáticamente, y comenzó a caminar por el lugar, pensando en qué estaba haciendo allí.

Lo último que recordaba era como unas manos callosas lo sostenían por las axilas, dejándolo sentado en el lugar de siempre y la oscuridad hacía acto de presencia, sus piernas pegajosas, su ropita destrozada.

Cuando dobló en una esquina se quedo quieto.

Una mujer vestida de blanco le devolvió la mirada, sorprendida, y vio sus labios moverse, pero el pequeño niño no entendió nada.

Retrocedió cuando la mujer dio unos pasos para acercarse, asustado, pero antes de poder correr la enfermera lo agarró del brazo deteniéndolo.

Su primer instinto fue morderla salvajemente, gruñendo como un animalillo acorralado, y pudo ver la expresión de dolor en su rostro. Pero ya lo había soltado, así que se giró, alejándose lo más posible de ese lugar.

No llegó lejos, por supuesto: unos hombres vestidos de negro aparecieron, agarrándolo, tratando de calmarlo, pero Beomgyu recordaba el miedo, el pánico, el temor.

Una persona normal gritaría; Beomgyu sólo lloró.

Despertó entonces empapado en sudor mientras su pecho subía y bajaba por el pánico, repitiéndose a sí mismo que no estaba en el hospital, que no estaba en la comisaría, y que, por supuesto, no estaba en esa horrible casa que había sido su pesadilla durante tanto tiempo.

No, estaba en su hogar, estaba en casa de sus papás y abuela, estaba a salvo.

Aun así Beomgyu se bajó de la cama, su rostro empapado en lágrimas, y corrió al cuarto de sus padres, viéndolos dormidos en la cama. Se acercó, titubeante, indeciso sobre despertarlos porque, a veces, producto de la bruma del sueño y del miedo, pensaba que esas personas allí acostadas también le harían daño.

— ¿Beomie?

Vio a su madre abrir los ojos, media dormida, y abrió la boca, aunque por supuesto que no salió palabra alguna.

𝙢𝙪𝙣̃𝙚𝙦𝙪𝙞𝙩𝙤 𝙙𝙚 𝙥𝙤𝙧𝙘𝙚𝙡𝙖𝙣𝙖 | 𝙮𝙚𝙤𝙣𝙜𝙮𝙪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora