Las calles como dunas, cuando aún te espero llegar
Montevideo, Marzo de 2013
He vivido constantemente bajo la furiosa incertidumbre que confiere un padre ausente y una madre enferma. Siempre fui consciente de que cualquier cosa que quisiera lograr iba a costarme el doble. Más esfuerzos, más desvelos, más hambre y más ansias de lograrlo.
Aun así, nunca me quejé. Si, lloré incontables noches, me lamenté en silencio hasta quedarme dormida, pero nunca lo demostré, por una razón tan sencilla como lo era el amor y agradecimiento que le tenía a mi madre.
Tan común como en cualquier parte, papá nos había abandonado. Mamá siempre me dijo que murió, pero yo sabía que era mentira, porque en una de sus tantas noches de desconsuelo, la había escuchado reclamándose a si misma, el mal tino de darme al padre que me dio, y aunque quise consolarla, rápido entendí que las decisiones de él , no eran culpa de ella.
No, mamá, no es cosa tuya que el haya decidido ser un mal padre.
Así que lo acepté de buena gana, decidida a demostrarle a ella que no lo necesitábamos. Por eso, ni en mis momentos más oscuros, había tenido el atrevimiento de hacerle un reproche.
Ella trabajó, caminó y vivió cada uno de sus años, por y para mi. Por eso, deseaba un día poder regresarle todas las cosas que había hecho, comprarle una bella casa con las mejores vistas de Uruguay, llevarle a conocer la Patagonia argentina o las playas bellas de Cartagena, como tantas veces me había contado que soñaba desde niña.
Estudié, trabajé medios tiempos, me preparé y apliqué sin una respuesta favorable a las mejores universidades a las que podía acceder. Pero no me di por vencida, y año tras año tres veces seguidas lo volví a intentar.
Y justo ese día, en que logré entrar a la universidad que tanto había querido... ella me dió la peor noticia del mundo.
—Tengo cáncer Daniela— había pronunciado tan pronto me vio entrar por la puerta, con una amplia sonrisa y sosteniendo la hoja de admisión en la mano.
Recuerdo claramente la sensación de la sangre agolpándose en mis pies y el temblor incontrolable de mis manos mientras la sonrisa se me esfumaba de golpe.
Caí de rodillas y me abracé a sus piernas sin preguntar más. Su expresión profundamente dolorosa me hizo saber todo. Ya no había más por hacer.
Lloramos juntas durante horas, nos dijimos cuanto nos amábamos y aceptamos lo que viniera, como siempre había sido. Mamá y yo contra el mundo, mamá y yo para siempre.
Nadie me preparó para lo que vino después. Su tratamiento y su estadía en el hospital absorbieron todos nuestros ahorros. Los dos años que había tomado sabáticos después de terminar el secundario y había dedicado a trabajar, se esfumaron entre mis dedos como agua, y todo para terminar en el mismo resultado. Habíamos buscado mil opiniones diferentes, incontables clínicas y doctores, análisis y tratamientos.
Era yo la que no aceptaba dejarla ir aunque sus ojos tristes me suplicaban que ya la soltara. Yo no podía, rezaba todas las noches pidiéndole a dios que me llevara a mi, porque una vida sin mi madre me parecía imposible. Ella era mi único motivo, mi única certeza.
Pero por más que supliqué, lloré y recé, una mañana cálida, con el viento batiendo las cortinas de su habitación, y su mano entrelazada con la mía, sucedió lo inevitable.
La perdí.
Lo supe cuando la mano que toda la vida me había sostenido con firmeza perdió su fuerza. Y me volví loca, lloré hasta secarme aferrada a su cuerpo inerte, y ningún doctor o enfermero pudo apartarme de ella.
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La chispa adecuada ||Enzo Vogrincic's ff||
RomansaDiez años han pasado desde que me enamoré de él. Algo dentro de mi siempre supo que las cosas terminarían de esa manera. Claro que yo quería y fantaseaba con nuestra boda, y nuestros hijos. Incluso con los perros y gatos que llegaríamos a tener. P...