5. Llueve sobre mojado

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No tuvo tiempo de reaccionar. Se estaba alejando de su hermano cuando sus brazos le cogieron con firmeza y sus labios se vieron dominados por los suyos. Puso las manos en su desnudo pecho para tratar así de resistirse en vano. Una lengua había entrado en su boca haciéndole abrir los ojos con fuerza. Ese no era el tipo de beso que tenía en mente. Pensaba rozarle los labios, pero al parecer su hermano ya no se conformaba sólo con eso.

Como le dijo entonces, se habían acabado los juegos. Ya iba muy en serio.

Gimió en su boca, protestó contra ella. Quería que dejase de besarle, quería... ¡quería que no se detuviera!

Su cuerpo se había llenado de sensaciones nuevas. Dejó de apartarle con las manos para atraerle a él aferrándose con fuerza  a su cuello. Cerró los ojos y se concentró sólo en responder a ese beso tan deseado por los dos.

Tom sentía que ya no ofrecía resistencia y dejó de abrazarle con firmeza. Deslizó una mano y la metió por su camiseta. Le acarició el pecho y fue bajando hasta rozar su vientre haciéndole cosquillas en el. 

Pero su mano no se quedó ahí quieta. Quería más y la bajó hasta rozarle la ropa interior. Deslizó la mano por ella y le acarició la entrepierna sintiendo como su cuerpo se ponía tenso al momento.

— ¡No!—gimió Bill desesperado haciendo que sus labios se separasen unos milímetros.

En esos momentos ya quería que se detuviera. No quería ir más allá de un beso, pero su hermano tenía otra cosa en mente. Bajó la mano y le cogió la suya para que se detuviera, pero su hermano se la cogió con más fuerza y la metió por su propia ropa interior, obligándole a acariciarse a sí mismo mientras que él también lo hacía.

Quería resistirse, pero un gemido le aprisionaba la garganta y la queja murió en sus labios. Retuvo el aire y lo expulsó minutos después cuando el placer le hizo estremecer.

—Por favor—sollozó contra sus labios.

Tom se apiadó de él y dejó de besarle, pero dejó la mano ahí quieta mientras le miraba a los ojos.

— ¿No te gusta lo que te hago sentir?—preguntó en voz baja.

—Esto está mal—contestó Bill intentando liberar su mano.

—Creía que esto era lo que te gustaba, sentir en tu cuerpo las manos de alguien de tu propio sexo—murmuró Tom acariciándole de nuevo.

Bill cerró los ojos y soltó un gemido, pero esta vez de dolor.

—Me gusta sentirlas, pero no que sean las de mi propio hermano—sollozó sin poder contenerse.

Tom lo comprendió y sacó con rapidez la mano. Se había vuelto a precipitar. Primero le había besado en el momento equivocado y luego tocado cuando no lo deseaba.

Decidió que lo mejor era alejarse de su lado. Salió de la cama con rapidez y le dejó sollozando en soledad. Se acostó en su cama y se cubrió con la almohada la cabeza. No quería escuchar sus sollozos, ni ver su tristeza.

Un relámpago iluminó el silencioso autobús, un silencio roto a cada momento que un sollozo escapaba de los labios de Bill. Intentaba reprimirlos, pero por más que sus manos se cernían sobre sus labios los sollozos escapaban por sus dedos.

Cuando creía que se había calmado lo suficiente se levantó y descorrió la cortina de la cama de su hermano. Vio como se cubría la cabeza con la almohada y tapaba su cuerpo con la sábana. Decidió hacer lo mismo que había hecho él.

Echó a un lado la sábana y se acostó a su lado para quitar esa almohada que le impedía ver a su reflejo y poder asó mirarle de frente.

—Lo siento—dijo Tom antes de que dijera nada.

Dime que me quieresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora