P R Ó L O G O

3 1 0
                                    

—¿Estás listo, amigo?— Le preguntó su compañero a su lado viendo a lo lejos con aquellos binoculares puestos y sujetos enfrente de sus ojos.

Mario no contestó. Fugazmente, la cinta del cine en su cabeza reprodujo una parte de toda la película de su vida. Juraba haber podido sentir el golpe de aquella botella de vino barato de aquella mujer a la que siquiera se dignaba a llamar "madre" chocar contra sus brazos en un intento de protegerse la cabeza.

No era un recuerdo lindo, pero ya no importaba, llegaba a pensar que "Era una infancia digna para alguien como él".

Estos últimos días he estado pensando y recordando cosas del pasado. Era complicado saber si era porque estaba melancólico o debido a la emoción contenida dentro de sí. Cuando Mario llega a estar contento con algo, su mente trabaja un doscientos por ciento, pero, siendo honesto, ¿Cómo no estarlo? Hoy era el día.

Aunque no mal interpretemos, lo único que hace su mente es jugar con él, ya que siempre que recuerda algo suelen ser momentos malos, dolorosos.

Dándose cuenta donde se encontraba, regresó en sí, algo aturdido por esos recuerdos, respirando hondo y miró fijamente a su compañero.

—Tus cascos de protección, Gonza— dijo certeramente. En respuesta, obedeció y colocó aquellos cascos sobre sus orejas.

Solo cuando se aseguró de que todo estuviese perfecto, presionó el gatillo de su francotirador y, en menos de un segundo, aquel soldado estando a aproximadamente setecientos cincuenta y seis metros de distancia cayó al suelo con una simple pero precisa bala en la cabeza.

Gonzalo retiró los protectores de sus oídos y tomó de nuevo aquellos binoculares para mirar a lo lejos y confirmar la muerte del último soldado del batallón contrario. Después de avisar por su comunicador sobre la baja y su retirada, ambos volvieron juntos hablando sobre su misión de camino al cuartel. Al llegar, Gonza corrió hacia la enfermería en busca de Cristian, otro buen amigo de ambos. Hace algunos días atrás, durante una de las vueltas de vigilancia, Cristian recibió un ataque de un soldado del bando contrario, cayendo por un barranco empinado cercano a la zona por donde patrullaba. Actualmente se encontraba sentado sobre una camilla con una pierna extendida y enyesada.

Nada más verlo, Gonzalo corrió hacia la camilla donde se encontraba, dándole un abrazo y preguntando cómo se encontraba. Mario solo saludó y les dejó hablar tranquilos. Observó al resto de soldados heridos, saliendo de allí y yendo por todo el cuartel hasta llegar a la oficina del general, deteniéndose delante la puerta.

Una mueca apareció en su rostro al recordar cuando esa oficina aún le pertenecía a Lucca, ¿Qué será de él ahora mismo? Otra vez quedó varado en sus pensamientos y tan pronto como se dió cuenta de donde estaba y qué hacía allí, sin perder más tiempo entró a la oficina del general.

— Con permiso, señor. — Llamando la atención del hombre dentro de la habitación y presentándose con un saludo marcial. El hombre frente a él volteó a verle.

—Buenas tardes, soldado. —El rubio bajo su brazo y relajó su postura — Me puedo imaginar que está aquí. — Sonrió, Mario solo se sentó delante de su superior.

—Correcto, señor. — afirmó formalmente — Vendo a solicitar mi retiro. Ya pasaron cinco años, y ya cumplí con mis servicios. — Añadió mientras observaba fijamente las acciones del general.

Siguiendo las acciones del soldado delante de él, el general se sentó y, acto seguido abrió uno de los cajones de su escritorio sacando una hoja y una lapicera negra. En completo pero tranquilo silencio, dejó ambos objetos delante del rubio.

Si Mario se paraba a pensar, la personalidad del general ahora mismo no era para nada comparable a lo que muestra dentro del campo de batalla. Realmente tenía porte para liderar, aunque siendo sinceros ¿Cómo opinar lo contrario? El general era alto, bastante alto, castaño, tez morena, sus ojos marrones, casi negros y ligeramente rasgados, tenía voz gruesa y cuerpo bien trabajado.

Además, puede recordar el primer día que el hombre frente a él llegó al cuartel. Imposible de olvidar, después de todo, fue el mismo día que Lucca desertó.

Lo primero que murmuró nada más verlo fue "Da miedo". Cristian, que estaba a su lado en ese momento, lo observo de soslayo y, haciendo una mueca con sus labios, simulando una sonrisa, le comentó que el hombre entró en la milicia a la edad de 19 años y que después de haber cumplido los 30, fue ascendido a General.

Pero siendo sincero consigo mismo, el hombre de 54 años delante de él no aparentaba ni de cerca esa edad, aunque si llegabas a distinguir que el de tez morena había vivido lo suyo por su actuar, su rostro tenía ciertas características que le daban un aspecto jovial.

— Pues muy bien, solo firme aquí y estará listo para poder retirarse, soldado. — Mario solo asintió al hombre delante de él agarrando la lapicera y firmando el papel, dando final a esos cinco años ofreciendo sus servicios en la milicia.

Esos cinco años de caos y tragedia.

Esos cinco años viendo como sus compañeros iban decididos a darlo todo para volver acabados, traumados, mutilados...

Dejaría atrás esa mirada vacía y sin vida de todos ellos...de él.

Cerró sus ojos por un instante, quitándose ese pensamiento de la mente y volviendo la mirada al general, dejando la lapicera apoyada en el escritorio.

— Pues nada más que agregar, hombre. Puede retirarse. Gracias por todo. — Levantándose de su silla y despidiéndose con un saludo marcial, finaliza el general.

Mario imitó el actuar del castaño. — Con permiso. —

Una vez que salió del despacho, relajó sus hombros. Finalmente era libre, libre de todo esto, podría al fin tomar un merecido descanso, podía volver a su vida normal y no solo él, sino también sus amigos. Dirigiéndose a su habitación, recogió todas sus cosas y fue de camino a despedirse de sus compañeros de guerra. Una vez hecho eso, salió del cuartel y tomó un tren de vuelta a su pueblo.

I Love YouDonde viven las historias. Descúbrelo ahora