Finalmente, luego de ese largo viaje de tres horas y media, llegó hasta su destino. Por fin, después de tantos años lejos, se encontraba allí de vuelta.
Pensando en finalmente recuperar el sueño que le faltaba caminó por todo el pueblo hasta llegar a su casa.
¿Había algún cambio? Si, cambios simples pero distinguibles para sus ojos. Primeramente, notó algunas casas nuevas, además de cruzarse con personas que nunca había visto pero que parecían amigables.
Luego están las tiendas, siendo una que destacó en particular debido al aroma que llegaba a oler y, ¿Para qué mentir? Una panadería puede llamar la atención de cualquiera, en especial si te encuentras con el estómago vacío después de un largo viaje.
Y con eso en mente no pudo evitar dirigirse al lugar, entrando y sintiendo con más intensidad el aroma tan característico de pan recién horneado. Mario estaba seguro que cualquier tipo de bizcocho que se le cruzase por la mente para ordenar estaba ahí, justo en esa tienda.
— Buenas tardes, joven. — Sorprendido, giró en sí para encontrarse con unos ojos verdes mirándole. — Dígame, ¿Qué le puedo ofrecer? — preguntó amablemente la señora parada detrás del mostrador.
— Buenas tardes. — Contestó cortésmente al saludo. — Me gustaría ordenar unos Croissants. — Contestó a la pregunta de la señora y señaló un grupo de Croissant, leyendo un pequeño cartel donde además de tener el nombre del bizcocho, agregaba en letras más pequeñas y entre paréntesis "con chocolate".
— Muy bien — Dijo la mujer. — ¿Cuántos deseas llevar? —
Lo pensó por unos segundo, para finalmente decir — Una docena está bien. —
— Nunca te había visto por aquí. — Mencionó la doña, mirándole por un breve instante, mientras seguía metiendo los Croissants en la pequeña bolsa de papel en sus manos. — Estaré vieja, pero nunca olvidaría una cara, más si mencionamos que en este pueblo no suele venir muchos turistas. —
Sorprendido por sus palabras, desvió su vista de la panadera y respondió; — Soy de aquí, solo que estuve de viaje por un tiempo. — Mencionó y volvió su vista a la oji-verde. — Pero ya estoy de vuelta. — Finalizó, sonriéndole para disimular la mentira que dijo.
No estaba, ni en lo más mínimo, muy seguro de contar su vida los últimos años ni mucho menos hacerlo con alguien que acaba de conocer hace cinco minutos. Si bien la mujer no más de unos sesenta años parecía bastante agradable, se veía como esas señoras mayores que te cuentan la historia de su vida entera. Mario estaba seguro que la persona delante de él le diría que toda su familia fue a la guerra y que, la mitad de ellos estaban muertos y la otra mitad traumatizados.
No es por ser cruel o insensible pero, ya bastante tiene con sus vivencias para lidiar con las tragedias ajenas.
— Ya veo. — Salió de su ensoñación cuando escuchó la voz de la mujer. — Puedo ver que estás cansado, pero espero que lo hayas disfrutado. Realmente allí fuera está bastante feo, con todo esto de la guerra. — Su voz se suavizó. Un deje de melancolía combinado con lo que para el rubio pareció tristeza, cruzó por esos ojos verdes. — Cuando mi marido volvió de la guerra, — Bingo — parecía que no había cambio en él, o eso pensamos todos, seguía tratando a todos como siempre. Pero claramente no fue así, semanas después de regresar, su hijo mayor lo encontró muerto, se había disparado. Fue una desagradable sorpresa. —
— Lamento escuchar eso. — se lamentó Mario, bajando la mirada al piso, no quería actuar como una persona sin corazón.
— Mis hijos ya son mayores para ir, por lo que se salvaron de ir, pero mis nietos no corrieron con la misma suerte ¡Para que luego digan que ser viejo no tiene beneficios! — Rió la oji-verde — El más mayor perdió la pierna izquierda por una bomba y regresó antes, mientras que el menor tuvo que cumplir sus 3 años como correspondía. — Agregó — Pero me alegra que por lo menos estén de vuelta. — Finalizó.
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