Mientras se restregaba los ojos y bajaba las escaleras, se dirigió al baño para acto seguido darse una ducha mañanera. Cuando salió de bañarse, se miró al espejo y se arregló el cabello y se lavó los dientes.
Habiendo terminado, salió del baño y fue directo a la cocina. La misma estaba comunicada con el salón, desde el cual, en una esquina del mismo se encontraba una vieja gramola vieja. La melodía que se reproducía en el mismo le daba un aire antiguo a la casa.
El castaño se dirigió a la entrada de la cocina y así encontrándose con un Lucca moviendo sus caderas ligeramente de lado a lado al ritmo de la canción mientras que parecía lavar algo.
— Se que te encontraré en esas ruinas — escuchó tararear — ya no tendremos que hablar—
Mario le echó un vistazo a toda la decoración del lugar por segunda vez que estuvo allí, estaba asombrado de todo lo que su compañero había hecho, resaltando ese gusto tan particular de él por la estética antigua.
Mientras que Lucca seguía bailando y cantando con su tono de voz característico que siempre relajaba y erizaba los pelos del rubio.
—¿Soda Stereo, eh? No has cambiado mucho— Mencionó Mario, sacando de su burbuja de ensoñación al contrario y tan pronto como terminó de decir aquello, Max, corrió hacia su dueño, parándose en dos patas a modo de saludo. Se agachó y recogió al animal entre sus brazos — Incluso parece que ya contagiaste al perro con tus gustos particulares. —
— ¿Y a quién no le gusta? Es buena banda — Le contestó Lucca mientras reía por la escena delante de sus ojos — Buenos días, por cierto. —
Mario dejó a Max de vuelta en el suelo y se enderezó —Eso, buenos días, Lucca — devolviéndole el saludo, sonriendo.
— Realmente esperaba que despertases más tarde, se te veía cansado ayer, pero si ya estás fuera de la cama — El moreno tomó el brazo diestro de su compañero y lo jalo hacia una de las sillas de la mesa, arrastrando una e indicando que se sentase a desayunar. En respuesta, se sentó en la silla, aceptando la invitación.
— No hace falta esto — menciona Mario un poco apenado.
— Me gusta consentirte — contestó Lucca antes de inclinarse hacia su rostro y depositar un camino de besos desde su mejilla izquierda hasta su cuello, haciendo que la sangre de Mario llegase a sus mejillas, pintándolas ligeramente de rosa. Intentó no pensar mucho en ese gesto, después de todo, esto era su culpa. Trataba de no pensar mucho en lo que él y Lucca habían hablado el día de ayer. Pero en lo que sí pensaba era que debía hacerse cargo de esto, solucionarlo y rápido. El moreno se detuvo y fue hasta la encimera de la cocina, donde había un plato con lo que parecía ser dos tostadas con mermelada y una taza de café con leche — Espero que te guste, con suerte, todavía sigue caliente — Dejó el desayuno encima de la mesa, delante de él y regresó a terminar de lavar los últimos platos que quedaban.
Mario suspiró mientras veía a su compañero y agradeció por la comida, le gustaba la sensación que le provocó al saber que Lucca todavía recordaba perfectamente que le gusta de desayuno. Simple pero ligero. Comenzó a comer con tranquilidad.
Una vez que terminó con lo que hacía, agarró una bolsa de papel con los croissants que el rubio había traído el día anterior, sacó dos platos de unos del los estantes de la cocina y sirvió los bizcochos, tranquilo. Tomó los platos y se regresó a la mesa, sentándose delante de Mario, verle de nuevo frente a él, simplemente lo hacía feliz.
— Veo que ya visitaste la panadería de la señora Jones — Destacó el moreno — Es agradable la mujer ¿A que si? —
— Había olvidado que los había comprado — Atino el rubio a decir, el mayor solo se llevó uno de las confituras a la boca, escuchando atento — Es bastante amable, en efecto ¿Qué tal están? —
Tragó lo que tenía en la boca y habló— Se conservaron bien dentro de la bolsa. Tampoco me sorprende, la verdad. La doña tiene habilidad. — Finalizó
Dirigió sus ojos a la zurda del contrario y agrandó su sonrisa al ver que su anillo seguía ahí, siendo eso más que suficiente para sentirse querido de vuelta.
El moreno cerró los ojos mientras daba golpecitos con la diestra sobre la mesa al ritmo de la música y seguía tarareando la letra de manera despreocupada. Mario observó por un segundo a la persona delante de él y nada más hacerlo, sintió su rostro arder ligeramente. Nunca dejaría de sorprenderle, pero tampoco se quejaba de lo que llegaba a provocar ese hombre en él. Incluso con algo tan simple como estar con el pelo revuelto, le daba un toque varonil y bastante atractivo para él. Terminó de darle el último sorbo de café con leche, pero justo antes de levantarse para lavar los trastos, cesó su acción tras escuchar al contrario llamarlo.
— Mario —
— Dime —
— Te amo — Soltó, aun con los ojos cerrados, de manera tranquila.
El rubio se mantuvo durante varios segundos avergonzado, sonrojado y anonadado tras lo dicho por el contrario. Tras darse cuenta que no había dicho nada, agarró un lápiz que encontró encima de la mesa, una servilleta y escribió en ella.
Sin recibir respuesta alguna, Lucca abrió los ojos y miró al contrario, viendo como parecía escribir algo. Una vez que Mario terminó con la servilleta, se la entregó, leyendo el contenido de la misma.
"Yo también"
Rápidamente se formó una sonrisa en su rostro, quedando embobado durante unos segundos con la mirada en ese trozo de servilleta. Al levantar la mirada hacia al frente, se dio cuenta que el rubio ya no estaba con él. Levantó lo que Mario había dejado en la mesa y siguió con la rutina del día.
Mientras tanto, el soldado estaba luchando internamente con los latidos frenéticos de su corazón, encerrado en la habitación y se debatió internamente ¿Fue lo correcto?