Siempre es bueno tener un rato para descansar y relajarse de todo lo que te rodea ya sea solo o acompañado y, normalmente, la segunda no suele ser muy común para el oji ámbar, pero desde el regreso de Mario a casa, el estar tranquilos los dos, se volvió el pan de cada día estas últimas dos semanas.
Se encontraban los tres en el patio trasero de la casa. Mario estaba sentado en una silla observando como Lucca jugaba con el can, a un par de metros de distancia de donde estaba él. Si bien el moreno estaba bastante despreocupado de todo mientras corría por todo el recinto con el animal, Mario estaba bastante pensativo. Ya habían pasado varios días desde que había vuelto y le había prometido al mayor que intentarían recuperar la relación, pero no dejaba de sentirse presionado con la situación. Aún no era capaz de saber con exactitud, o más bien no quería admitir, que sentía por el moreno.
Estando en su mundo de ensoñación, el moreno se dió cuenta de la mirada tan fija que su compañero le dedicaba y, con un ligero rubor en su rostro dejó de jugar con Max y se dirigió tranquilamente a donde estaba él, parándose justo delante del rubio.
— ¿Todo bien, cariño? — preguntó Lucca curioso y ligeramente preocupado por el estado pensativo de su pareja.
— En el tiempo que cuidaste a Max, ¿Fue complicado? — De manera evitativa, el rubio intentó llevar la conversación hacia otro tema.
— No te voy a mentir, fue difícil al principio. Estaba bastante triste, casi no comía ni hacía nada y el inicio de la relación conmigo no fue precisamente positiva — Respondió con simpleza, encogiéndose de hombros. — Siempre estaba en modo defensivo, no dejaba de gruñirme y llegó a morderme, pero al final creo que se acostumbró a mí. — Finalizó. Se dio la media vuelta, observando al perro corretear su cola.
Siendo sincero con el mismo, estaba más concentrado en cómo se veía Lucca mas no en lo que decía, volviendo a lo que estaba pensando hace algunos minutos atrás. ¿Qué tenía este hombre? ¿Era su forma de vestir o de verse que le encantaba de él? ¿Era su forma de hablar o de mirarlo que lo ponía nervioso? ¿Será su forma de ser que le provocaba ser igual o más romántico? Con Lucca sentía que podía abrirse y no ser esa persona fría y sin sentimientos. Pero tenía ese miedo de hacerlo y que, en consecuencia, salga lastimado o que incluso llegue a incomodar o no agradar a su pareja.
— Y en honor a la verdad, ¿Quién no querría a Max? Es un buen chico — Mario volvió en sí, llegando a prestar atención a lo último dicho por el moreno, sonriendo.
El can llegó hacia la pareja y dejó la pelota con la que estaba jugando antes con el más alto. Lucca lo acarició en la cabeza mientras que Max se dejó hacer por las caricias.
— Si, sí que lo es. Es el mejor perro del mundo — pronunció levantándose de su asiento para agacharse e imitar la acción del moreno — Soy lo único que tiene — el animal dejó salir un ladrido, Lucca solo lo observaba hablar — Aunque — Hizo una pausa — considerando que te tuvo solo a ti por tres años, creo que ya te tiene cariño. Así que podemos decir que nos tiene a ambos — Sentenció, dirigiendo la mirada desde el can hasta el moreno y al hacerlo se dió cuenta de lo cerca que estaban uno del otro.
Mario mantuvo la mirada fija en los ojos del mayor durante unos segundos, dándose cuenta del color de ojos que tenía ese día. En antaño, solía ver constantemente, sin que el otro se diera cuenta, sus ojos y llegó a descubrir que dependiendo del tiempo, estos cambiaban de color, como camaleones. Si estaba nublado, llegaban a estar acaramelados casi marrones, si estaba despejado era su color de ojos natural, ámbar y si estaba soleado estos parecían brillar en un dorado intenso.
Y hoy era un día de esos; totalmente despejado y soleado, pero esta vez, este día, parecían brillar como el mismísimo sol. Como si tuvieran luz propia.