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            En el pequeño ambiente del vehículo podía escuchar las ruedas arroyando hojas al pasar, el motor rugiendo al andar y, en el silencio que había entre las tres personas que estábamos ahí dentro, podía escuchar mi corazón. Latía con tanta fuerza que lo retenía con una mano, para que no saliera, para tratar de relajarlo y sólo concentrarme en los faroles rojos que estábamos siguiendo en la oscuridad del camino. En nada más.

Tom me lanzaba miradas de reojo, cierta inseguridad en sus facciones que también escondían la misma ilusión que yo. Sus emociones habían variado muchísimo en los últimos minutos, de confusión a enfado, de ira a comprensión, y de entendimiento a una incertidumbre gigante la cual compartía. Claire, en la parte trasera de los asientos, se había inclinado para estar cerca nuestro, su cabeza y brazos apareciendo al lado de los cabezales. Ninguno dijo nada, no desde que habíamos aceptado subir a nuestro vehículo, no desde que habíamos pactado seguir a los Benignos de vuelta a su base. Anna refunfuñó cuando la enviamos de vuelta con Enzo y Olivia para avisarles, probablemente más en contra de ser la que dejábamos atrás que por haber aceptado seguir a unos desquiciados como aquel grupo.

Pero habían dicho las palabras mágicas para mis oídos, y en contra de toda lógica, actuando hipócrita sobre las palabras que le había dicho a mi hermana días atrás, ahí me encontraba. Todo porque mi corazón saltó por mi boca antes que mi mente y no podía hacer marcha atrás. El nombre de Noah era la contraseña para que toda coherencia volara de mi vocabulario.

No estábamos tan lejos de la Ciudadela, Claire había mencionado que estábamos cerca de lo que era el acceso norte de esta. Antes era una amplia avenida, casi una panamericana que atravesaba la enorme ciudad. Sabía que estaba clausurada ahora, nuevas paredes de cemento con soldados esperando a que una víctima cayera frente a sus narices. Los Benignos sabían eso, lo gritaron antes de que nos subiéramos de vuelta a nuestro vehículo: lejos de lo obvio, no vamos por rutas, aclaró Dan, colgado de una camioneta con ruedas más grandes de lo normal. Van a tener que seguirnos en la oscuridad. Háganos caso y sigan nuestra señal.

¿Cuál era la señal? No dijeron, con lo cual terminamos Tom y yo mirando cada mínimo gesto del vehículo frente a nosotros, y Claire del de atrás que nos aprisionaba a no arrepentirnos de la decisión impulsiva que habíamos tomado. Hubiese dicho yo el a acompañarlos, Tom y Claire saltaron detrás de mí. No iban a dejarme sola, menos que menos con ese grupo al que aparentaba faltarles muchos jugadores.

No confié en mis manos sobre el volante, mis dedos se aferraban con fuerza a las mangas de mi campera, desesperada por agarrar algo y no llevarlos a mi boca. Mi labio inferior no tuvo la misma suerte, lo mastiqué tan nerviosa que estaba segura de que lo había despellejado unas cuantas veces en el camino. Tom sólo parecía más tenso, más contenido que yo, y se mantenía así detrás de un semblante serio que solo relajaba al darnos miradas de reojo.

En una de ellas, carraspeó la garganta.

—...Algo me huele raro, Tay —dijo, tan bajo como si temiera que los del vehículo de adelante nos oyeran. Podíamos ver los rostros de algunos, apilados en los vidrios y sonriendo en nuestra dirección—. De todos los grupos, de todos los sobrevivientes... Noah sería muy estúpido de haber ido con estos desquiciados.

Muy estúpido o un visionario, pensé. Porque, de todos, el grupo de locos era el que no había necesitado de nuestra ayuda hasta ese momento y el que se mantenía como un parásito cerca de la Ciudadela.

—Y, aun así, reconocieron tu rostro y lo pusieron en alguien más. Solo el tuyo —recalqué. Claire asintió, también insegura o dudosa de mis palabras, y Tom frunció su boca—. No debe ser una casualidad. Noah debe haber estado ahí.

NOVA ERA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora