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            Disfruté del calor de los brazos que me rodeaban al caminar, un rumbo indefinido para los dos, nuestros pasos descoordinados y con solo algo en mente; no soltarnos. Noah se mantuvo firme a mi lado, su brazo rodeando mis hombros, una de mis manos colgando con la suya en mi hombro, la otra en su cintura. Lo sentí besarme la sien, su agarre más fijo alrededor de mi cuello, y sonreí, todo mi cuerpo agradeciendo su calidez.

Sus dedos, aferrados con los míos cerca de mis clavículas, se tensaron alrededor de mis guantes. No había dicho nada hasta ese momento, era cuestión de tiempo antes de que lo hiciera, y conociendo a Noah, sabía que lo había retenido lo suficiente para no empezar a insistirme en saber todo. O bueno, no frustrarme.

—¿Te ayudan esta vez? —preguntó, esquivando más la pregunta real y reformulándola de otra manera donde no se sintiera como un interrogatorio—. ¿O es por algo más que debo también enterarme?

Y, sí. Pero no iba a saberlo. No por ahora.

—He tenido ciertos desencuentros con mis emociones y anomalía, los guantes esta vez han sido más de ayuda que de contención innecesaria —expliqué, ladeando mi cabeza para apoyarme contra él en lo que caminábamos por toda Costa Norte. La luna brillaba en lo poco que había salido, los faroles iluminando nuestro camino, y suspiré sutilmente en lo que levantaba mi vista hacia él—. No me dañan ni me hacen doler, puedo sacármelos cuando quiera.

Noah hizo un sonido con su garganta, como un zumbido, entendiendo. Deslizó las yemas de sus dedos por sobre el material en mi mano.

—¿Entonces no pasaría nada si te los sacara ahora? —continuó su cuestionamiento, aun a raya y con un tono de pura intriga, no preocupación. Yo negué con la cabeza, estirando mi mano por sobre la suya y él la acarició—. Honestamente, no tengo un muy buen recuerdo de ellos...

—Sé que no —tragué pesado, la memoria volviendo a mí como un flash y retorciéndome el estómago—. Pero, de verdad, te prometo que no me lastiman. Me han ayudado un montón y tener más control sobre su uso es mejor. Ahora sé por qué me los aconsejaron, antes era todo prueba y error.

Asintió al escucharme.

—Muchas cosas siguen siendo así —concordó, mirando nuestros alrededores con cierta sorpresa. Costa Norte había cambiado, y era la primera noche en la cual podía recorrerla y ver cómo habíamos avanzado. Los edificios renovados, las calles iluminadas que antes no, el ripio mejorado y más prolijo. Incluso la cantidad de gente saliendo y abriendo tiendas en locales restaurados. A comparación de lo último que habíamos visto, la ciudad se veía como una vida ordinaria de no ser por las paredes metálicas que nos rodeaban—. Pero así sobrevivimos, ¿no?

Mi mano en su cintura se movió y deslizó por sobre su espalda, meciéndola.

—Por suerte sí. Ahora es cuestión de mantenerlo, claro —sonreí, mi costado apretándose contra el suyo, y Noah sonrió. Pasando por delante del mercado, las luces que habían colgado por las estructuras daban una visión bastante bonita por el lugar, los pequeños focos colgados de stand en stand dándole otra vibra al lugar. Sonreí al verlo y Noah parecía contento, cansado, pero feliz de ver cada pequeña mejora tras meses de vaya a saber qué. No tuve el corazón de preguntarle nada de su tortura, no todavía, así que hablé de cosas buenas—. Lisa ha dicho que quiere sumarse al lado recolector y agricultor.

El gemelo sonrió ante la mención de su mamá.

—Sí, me dijo. Le ha ayudado a hacer las paces con todos los cambios y miedos. Quería alejarse ya de toda institución y responsabilidad que cargaba hasta que se subió a una camioneta y vino acá. No más dar órdenes ni nada de eso —contó, sus pasos guiándome por el trayecto que quisiera recorrer, yo simplemente lo seguí—. La vi tan...distinta. De la última vez que la vi a ahora, es como ver a otra persona.

NOVA ERA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora