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Costa Norte había sido una ciudad abandonada por alrededor de quince años, considerada una "ciudad fantasma" que nunca arreglaron tras una catástrofe natural, a la que nunca nadie había vuelto. Era conformada por centenas de edificios que ocupaban manzanas y manzanas de cuadras. Si nos hubieran dicho que, después del huracán que la destruyó década y media atrás, que Costa Norte renacería y que se volvería lo que era después de la supernova; nadie lo hubiera creído. Era otra ciudad. Ya no era fantasma, no, sino que era anómala.

Ver su silueta iluminada y contrastada por la posición del sol al llegar en la tarde me hizo sonreír, volviendo a relajarme en el asiento copiloto cuando Tom dobló en la entrada con Anna siguiéndonos en el vehículo detrás. Olivia y los otros dos vehículos, que nos habíamos encontrado en el punto de encuentro antes de seguir, estaban entre medio de nuestros autos, protegidos. El ruido de la gente atravesó nuestro pequeño ambiente cuando bajé las ventanillas, recibiendo los saludos de los ciudadanos que nos reconocieron al entrar, celebrando una victoria más. Otro logro más. Sonreí en lo que saludaba con una de mis manos, mis mejillas nunca acostumbrándose a tanta atención y tornándose tan rojas como para hacerme reír. Eran las ventajas de hacer un bien y ser recibida de una manera tan acalorada.

Claire rodeó sus brazos por mi cuello, incluso con mi asiento entremedio de nosotras:

            —Una vuelta más —la escuché, una sonrisa entonando sus palabras. La miré por el espejo retrovisor, su pelo todo revuelto por sus largas horas de sueño—. Es lindo siempre volver acá.

La ciudad había retomado una vida que antes no había logrado recuperar. Cuando habíamos llegado año y medio atrás, eran sobrevivientes que habían encontrado un lugar idílico. Departamentos vacíos con cama y baños, comida, paciencia y una líder que, incluso siendo humana, sabía lo necesario para sobrevivir, sabía ser autoritaria. No era perfecta, más lo había demostrado conmigo y, sin embargo, era la cara de Costa Norte. Podría no estar de acuerdo con muchas acciones y cuestiones de Julia Ambrose-Finch, pero ella era el pilar de la comunidad que se estaba armando ahí.

Había sido ella quien, luego del ataque militar meses atrás y la destrucción que fue causada en la ciudad, había insistido en recuperar todo. En arreglar las calles, en traer de vuelta la luminosidad de los faroles que nos faltaban, en recuperar cada edificio en ruinas para nuevos integrantes que querían un espacio el cual llamar "hogar". Fue Julia la que ayudó a levantar cada pared, la que dictó qué debía reconstruirse y qué podía salvarse. Ella había organizado las llegadas de los anómalos para el día que arrancamos con mis misione; una vez que Cassia le daba el aviso, ella ya tenía preparado motines con ropa, con mantas, con comida. Todo en manos de otros ciudadanos que hospedarían y ayudarían a estas personas recién rescatadas. Y también era la que se encargaba de las personas que se aprovechaban de tanta bondad y no entendían el criterio de supervivencia de la comunidad.

Me lo habían dicho una vez, alguien que hipócritamente nos habría dañado meses después: no todos los anómalos eran buenos, las energías las teníamos todos. Incluso gente que no la merecía.

A nuestro favor, no habíamos tenido muchos de esos casos. Los rescatados lloraban de alivio, se dejaban consolar por manos ajenas que les brindaban todo lo que necesitaban y que ellos mismos pensaron que nunca más tendrían; una vida, una chance a vivirla como antes. Otra ventaja de hacer el bien, ver la esperanza volver a las facciones de estas personas. Algo que nunca tendrían que haber perdido.

Tom manejó con cuidado en lo que dejamos pasar a las furgonetas detrás de nosotros, que se detuvieron delante edificio que era el comedor. Dobló después, estacionándose al costado, y en el momento que nosotros bajamos, las puertas de las furgonetas se abrieron. Desde adentro del comedor, salieron las personas listas para ayudar a los rescatados, sus manos llenas. Enzo ya había llegado antes con su furgoneta y debía de haber dado el aviso que vendrían más personas, que se necesitaba más gente para poder recibirlas a todas. Entre las personas que salieron del comedor, reconocí a Drea, sus hijos seguramente en la pequeña guardería que habían armado. En el medio de todo, Julia señalaba cada grupo que salía del comedor, enviando cada uno a distintas furgonetas.

NOVA ERA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora