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Yoongi

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Yoongi.

Cuando me despierto, Jeon Jungkook me está mirando.

No fue un sueño. Todavía estoy en su palco privado. Estoy a solas con él.

El diablo encarnado. El Kingpin. El señor y maestro del inframundo. El notorio gangster del que he estado leyendo en los periódicos desde que estaba en la escuela secundaria. Solo somos él y yo, compartiendo el espacio. No es gran cosa.

Ni una pizca de lo que piensa se le nota en la cara. Su cara corruptamente sexy.

Es una década mayor que yo, pero no hay ni una sola arruga que indique que tiene treinta y pocos años. Casi como si nunca mostrara emoción y por lo tanto su cara nunca se arruga. Solo se mantiene lisa. Sus ojos son verde musgo. Agudos, pero en blanco. No traiciona nada.

Hay un débil aroma a humo de cigarro a su alrededor y una corriente subterránea de menta. No como la pasta de dientes o el chicle. Pero la hierba fresca. Cortada. —No hueles en absoluto a la sangre de tus enemigos. —Murmuro, obviamente aún en un estupor por mi viaje a la tierra inconsciente.

—Eso está bien. —Inclina la cabeza. —¿Has pasado mucho tiempo preguntándote a qué olería yo?

—Tenia un poco de curiosidad. —Admito. —¿Es eso raro?

—Un poco.

—Oh. ¿Puedo irme ahora?

—No.

—Tenía el presentimiento de que dirías eso. —Susurro.

Jeon Jungkook, gangster, levanta una mano y la lleva a mi frente, dudando por una fracción de segundo antes de sentir la temperatura con la parte posterior de su muñeca. —¿Te sentiste mareado antes de entrar aquí, Yoongi? —Pregunta en voz baja. —¿O es que me encuentras tan alarmante?

Me siento lentamente, esperando que retroceda un poco, pero no lo hace. Y eso me deja cara a cara con la hebilla de su cinturón dorado. Trago con fuerza, inclino mi cabeza hacia atrás para encontrarme con sus ojos... y es un largo camino hacia arriba. Los periódicos nunca mencionan que sea tan alto. Tan... fuerte. —Encuentro lo desconocido alarmante. Es por eso que me gusta la ciencia. Siempre hay una respuesta eventualmente. Hechos. Cuando entré aquí, no tenia ni idea de lo que querías de mi. Todavía no lo sé. Eso es lo que encuentro alarmante. No necesariamente... tu. —Me obligo a dejar de divagar. —Gracias por atraparme. Me magullo con facilidad.

Exhala lentamente, se frota en el centro del pecho. —Maldita sea.

Me pongo las gafas más arriba en la nariz. —¿Qué?

—Esperaba que me hicieras un favor y que fueras aburrido.

—Lo siento. —Abro la boca y la cierro. Este hombre no se parece en nada a lo que yo hubiera esperado que fuera. ¿Qué le pasa a su pecho? ¿También se va a desmayar? —Podría intentarlo con más fuerza. ¿Quizás recitar la tabla periódica?

𝗝𝗘𝗢𝗡'𝗦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora