El regreso de la amarga realidad

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Capítulo 8.- El regreso de la amarga realidad.

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Inuyasha

No te vayas.

Las palabras salieron de mi boca en un susurro antes de que pudiera conectar el cerebro con mi lengua. Se giró a mirarme con trazas de incredulidad brillando en sus ojos cafés, ojos que se encontraron con los míos en aquel silencio cómplice que se había hecho brutalmente habitual entre los dos.

Sonreí y de inmediato un suspiro abandonó sus labios.

– ¿Qué pasa si me quedo? - Preguntó bajito y yo simplemente me encogí de hombros mientras volvía mi atención a la lluvia del exterior.

– Sólo hay un modo de saberlo.

Aquella fue mi última frase y mi último esfuerzo por captar su interés. En ningún escenario estaba dispuesto a rogarle que se quedara, mi orgullo era mas fuerte que mis ganas de conocerla mejor.
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Me miró en silencio y volvió a girar hacia el enorme ventanal, justo antes de volver a sentarse en el suelo con delicadeza.

Permanecimos allí por varios minutos, a cierta distancia segura y sin mirarnos, como si ambos supiéramos exactamente lo que sucedería en el instante en que nuestras miradas volvieran a cruzarse. El ruido de las gotas al chocar suavemente contra el cristal fue el único sonido ambiental y aún así me sentí tranquilo y extrañamente cómodo. No me era sencillo recordar la última vez que me había dado el tiempo de admirar la lluvia, por lo general siempre había cosas más importantes que resolver o más urgentes que revisar. El aroma a tierra mojada y el viento frío que venía como acompañante con ese clima siempre me recordaban a mi madre y el cómo disfrutaba del invierno desde que tenía memoria.

– A mi madre le gustaba mucho la lluvia. - Musitó de pronto, sacándome de mis pensamientos y apropiándose de ellos. - Cuando era pequeña podíamos pasar horas sentadas mirándola caer.

Sonreí involuntariamente. Al parecer su madre y la mía tenían cosas en común.

– ¿Qué otras cosas hacían juntas? - Pregunté con genuina curiosidad, moviendo mi cuerpo en su dirección para entregarle toda mi atención.

– Cuidar de su inmenso jardín. El frente de nuestra mansión estaba cubierto de rosas rojas para entonces.

– Probablemente mi madre se llevaba bastante bien con la tuya antes de que la alianza se destruyera. - Exclamé. - También tiene una obsesión patológica con las flores... Particularmente con las rosas.

Sonrió.

– Te recuerdo de pequeño. - Musitó y entonces me miró. - Recuerdo el momento exacto en el que tu padre rompió lazos con el mío hace 15 años atrás, te recuerdo gruñéndome para entonces.

Me reí.

– Si mal no recuerdo intentaste atacar a mi padre.

– Vamos, ¿Una niña de 6 años contra un demonio brutalmente poderoso y además mafioso? Nunca representé amenaza alguna.

– Nunca se sabe, después de todo... Mira en lo que se ha convertido esa niña indefensa. - Me sonrió y el silencio volvió a convertirse en protagonista.

La lluvia se hizo cada vez más intensa en el exterior y los truenos no se hicieron esperar.

– ¿Me odias? - Preguntó de pronto.

– ¿Aún tienes dudas de ello? - Me estaba esforzando en seguir en esa línea de pensamiento a como de lugar, aunque cada vez se hacía más agotador.

Sombras de seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora