Vorágines recuerdos

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Los lúgubres recuerdos se apoderan de mis pensamientos, especialmente uno que se destaca con dolorosa nitidez: "contemplarla a los ojos mientras mi último esfuerzo era aguardar a que ella lo intentara, y al recordar eso, la melancolía emerge, deslizándose por mis pómulos, revelando la respuesta".
Mis recuerdos desencadenan un caos en mi hipotálamo, desestabilizando la regulación de mis emociones y sumiendo el motor de mi cuerpo en un estado de inquietud. Este motor anhela liberarse de la jaula costal para buscar a su amada. En esta fría mañana solitaria, mis pupilas se inundan de melancolía mientras resuenan en mi interior los recuerdos, representando una amenaza para los latidos de mi motor, impidiéndome levantarme. La oscuridad se apodera de mi ser, empapando mi piel como una tormenta implacable.
El ritmo cardíaco se acelera, como si el motor de mi cuerpo anhelara la liberación, y las costillas se expanden con el dolor de un motor enfermo. Cuando mi cuerpo ataca mi alma con ferocidad, pierdo la noción del tiempo, el sentido se desvanece, y la melancolía se desborda por el párpado inferior. Parece que he perdido el control, el pánico me acecha, deborando la tranquilidad que pensaba que había conseguido.
Cuando mi cuerpo ataca mi alma, desearía encontrar respuestas para escapar de la transformación que el dolor ha impuesto. La tranquilidad ya no es una opción para mi alma; la muerte susurra en mi hombro y me abraza cuando mi cuerpo me ataca.

La disputa entre el cerebro y el corazón comienza:
🧠: ¡Déjala ir!
🫀: Tú no comprendes.
🧠: No hay nada que comprender.
🫀: Nunca entenderás por qué no podía soltarla.
🧠: ¿Por qué?
🫀: Ella fue el punto medio entre el amor más grande que había sentido y el dolor más intenso que me habían infligido.
🧠: La amé, pero mi paz se perdía en el laberinto de sus indecisiones y mi ser se desgarraba en las esquinas de sus dudas.
🫀: ...

Los recuerdos tétricos me acechan nuevamente: aquel sábado, mientras descansaba en su pecho, los latidos de su corazón dejaron de pronunciar mi nombre, mientras el mío bombea lágrimas de dolor. Nos sumimos en el silencio, y su quietud azotaba con látigos de dolor al darme cuenta de que ella ya no era la misma. La persona de la que me enamoré ya no existía. A veces deseo escribirle, pero ella ya no es ella, y a su nueva versión no la quiero conocer.

Los ecos de un amor sublime siguen resonando en el motor de mi cuerpo, y una pregunta persiste en mi mente: ¿a qué me aferro tanto, a esos ojos que ya no me miran o a su corazón que ya no es mío?

La tormenta se apodera de mí; le permito entrar después de meses de haberle negado acceso. Derrumba los muros de lamentos, arranca las rosas rojas bañadas en sangre por el dolor, limpia el jardín de mi alma y siembra semillas de tranquilidad. Me entrego a la tormenta; acaricia mis pies y los libera del agotamiento de esa travesía emprendida por mi terco corazón. La tormenta concede a mi alma la libertad para volar al fin.

"HASTA PRONTO"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora