Alex y Mara, hermanastros

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Camino por el largo pasillo del hotel con mis tacones en una mano y con la otra me agarro de la pared para no caerme. Fue mala idea tomar tanto, pero mi mente y cuerpo me lo pedía después de un día de mierda.

Llego a mi puerta entre tambaleos y cuando estoy frente a ella miro la otra que está a unos metros; es la de mi estúpido hermanastro. Esta mañana se atrevió a dejarme caliente y necesitada en mi cama, ni siquiera le importaron mis súplicas.

Siento el impulso de ir a su habitación y obligarlo a terminar lo que empezó esta mañana, pero si ve que estoy borracha va a iniciar una discusión y no estoy de humor para eso. Así que volteo la mirada y abro mi puerta.

Me encamino al baño mientras me quito la ropa en el proceso. Una vez que estoy bajo el chorro de agua caliente, recuerdos invaden mi mente, en ellos mi hermanastro es el que reina.

Sus dedos enterrados en mi coño mientras me besa, sus gemidos en mi oído… bajo una mano hasta mi coño húmedo, froto mi clítoris con avidez, gimo de placer y adentro dos dedos en mi hendidura mientras muevo las caderas con frenesí buscando desesperada tener un orgasmo. Pero este no llega a pesar de todo el esfuerzo, ya que al fin y al cabo mis dedos no se compraran a los de Alex, ni en esta, ni en mil vidas. El placer que él me provoca no tiene sin igual y eso queda demostrado cuando intento venirme, pero no lo logro.

Cierro la ducha y salgo de ella. Me pongo el primer albornoz que encuentro y me dirijo a la habitación vecina,  con el cuerpo y el pelo húmedo, con el coño palpitando de deseo y con la certeza de que esta noche obtendré lo que quiero, porque haré lo posible para tenerlo, así tenga que amarrar a mi hermanastro y montarlo.

Toco la puerta y espero a que abra, a través de la pared escucho el susurro de sus pasos acercándose antes de que esté delante de mí con el torso desnudo, dejando a la vista su abdomen marcado y los cuadritos que tanto me gustan, lo único que tiene puesto es un pantalón gris que siempre usa para dormir.

—¿Qué haces aquí, Mara? —pregunta con el ceño fruncido—. Son las dos de la mañana.

—Lo sé —digo en un susurro.

—¿Entonces? ¿Por qué apareces en mi puerta a las dos de la mañana en albornoz y con el pelo goteando?

—¿Me dejas pasar? —pregunto, en cambio, evadiendo sus preguntas.

Alex se pone a un lado y me da pase a la recámara que está a oscuras, excepto por la tenue luz que entra por las ventanas.

—Mara…

Interrumpo lo que estaba a punto de decir pegando mis labios a los suyos sin previo aviso. Alex gruñe contra mi boca antes de rodearme con sus brazos y pegarme a su cuerpo. Una de sus manos viaja hasta mi culo y aprieta uno de mis glúteos.

—Joder, Mara —susurra con la voz baja antes de volver a besarme.

Sus labios se mueven ávidos contra los míos y me domina con un simple beso que pone a mis huesos a temblar y humedece mi sexo como nunca antes. Toco su torso ansiosa y deseosa de tener más contacto de su piel con la mía. Su lengua baila con la mía en un compás frenético y desesperado. El albornoz se abre y mis pezones rozan con su piel, gimo contra su boca mientras me froto en busca de más contacto, mi piel necesita de la suya, hormiguea deseando más.

Abruptamente, Alex se separa y toma mi barbilla con sus dedos, me mira fijamente con la respiración igual o más agitada que la mía.

—¿Qué haces, Mara?

—Quiero que me folles —respondo.

—¿Duro o lento? —humedece su labio inferior con la lengua, llama mi atención y me distraigo ante la vista, tiene los labios rojos e hinchados.

El arte de pecar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora