Alex y Mara, segunda parte

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Narra Alex:

—No sé qué es lo que más me vuelve loco, si el hecho de que seas mi hermanastra o que tu pequeño y apretado coño se niegue a soltarme cada vez que estoy dentro de él —gruño en su oído antes de liberarme en su interior.

Mara grita extasiada, ha tenido otro orgasmo, justamente segundos después del mío. Salgo de su coño aun con la polla semidura y me alejo unos pasos mientras la miro acostarse boca arriba. Su cara es una exquisitez y la sonrisa satisfecha que adorna sus labios me provocan besarla hasta hartarme, que sería nunca, porque el día en el que yo me canse de mi gatita no seré yo.

La visión de ella acostada en mi cama, desnuda, con marcas que dejé en la mañana en sus pechos, despeinada, con los labios hinchados y rojos, con el pelo rizado despeinado sobre las sábanas… causa que mi miembro se tense completamente, preparado para entrar al cielo de su sexo. La miro como un maldito acosador mientras sigo parado, tieso como una estatua.

A mi mente llegan recuerdos de ella besándose con otro hombre, y la rabia me recorre nuevamente, aprieto los puños e intento tranquilizarme, pero eso no ayuda. Como si fuera un bucle se repite una y otra vez en mi cabeza, durante un instante me había olvidado de que Mara beso a otro, y ahora estoy más rabioso que antes.

No entiendo cómo ella fue capaz de hacerme eso, cuando prometimos exclusividad. Yo la cumplí al pie de la letra. Me repugna siquiera pensar en otra mujer, pero aparentemente ese no es el caso de ella, porque besó a otro, y Dios sabe qué más habría hecho con él si yo no lo hubiera enviado al hospital.

Respiro profundo e intento controlar mi ira, no me gusta estar enojado cuando ella está cerca, sé perfectamente el hijo de puta que puedo llegar a ser en ese estado, y con Mara no debo, como mínimo tengo que dominar esa parte de mi temperamento con ella.

—Solo dame un momento y me voy a mi habitación —susurra mirando el techo.

—No irás a ningún lado, Mara —me acerco nuevamente a la cama—. No creas que te dejaré ir así como así.

Se sienta y me mira fijamente antes de levantarse y recoger el albornoz que dejó tirado en el piso. La alcanzo antes de que se cubra el cuerpo y le arrebato el pedazo de tela de la mano y lo lanzo al otro lado de la habitación.

—¿Qué mierda crees que haces, Alexander? —pregunta mirándome de manera acusadora—. Ya me diste lo que vine buscando, —el brillo en sus ojos verdes como una hoja en primavera cambia completamente a uno lleno de furia—. Dejaste claro que ya no querías nada conmigo, porque según tú me besé con otro, así que déjate de tanta mierda.

Sigue maldiciéndome, pero me es imposible escucharla y prestarle atención cuando con cada palabra sus labios se mueven invitándome a besarlos. Sus rosados pezones me apuntan y me distraen aún más, amo sus tetas, son una exquisitez.

«Maldita sea Mara y lo perfecta que es».

Acaricio con el pulgar uno de sus rosados y sensibles pezones callándola casi al instante.

—¿Me estás escuchando? —grita, me da un manotazo para que aleje la mano, pero sigo acariciando mi próximo aperitivo—. ¡Alexander!

—¿Qué pasa, Mara?

—¿Me estás escuchando o no?

Me inclino un poco y bajo la cabeza hasta que mis labios rozan el montículo de piel arrugada, saco la lengua y lo rodeo con ella saboreando. Mara suspira ruidosamente y coloca una de sus manos en mi cabeza, intenta alejarla, pero cuando chupo vuelve a gemir y me deja disfrutar en paz. Me duele la polla y lo más probable es que tengo las bolas azules, pero no importa, voy a seguir disfrutando de cada centímetro de ella.

El arte de pecar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora