Capítulo 6

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La recepción de la editorial estaba desbordante. Las portadas de los distintos bestsellers colgaban de la pared como trofeos y el aroma a libro recién comprado se fundía con los murmullos de la gente, dándote la sensación de que estabas contemplando un libro viviente. El escritor se sentó en una de las sillas marrones que rodeaban la sala.

James miraba a su alrededor, de reojo, con la carpeta azul marino pegada al pecho y una mochila de deportes frente a ella. Paranoico ante la posibilidad de que su trabajo fuese hurtado, violado, exhumado por las huellas de algún engendro de los que le rodeaba, rascaba su barba de varios días con el final del arco que marcaban sus uñas. El chico que se sentó a su lado, hurgaba la nariz en busca de algún tesoro más valioso que lo que había escrito; seguramente lo encontró. Una mujer estaba sentada frente a él, de tez blanquecina, con las piernas cruzadas como una pared de hormigón que bloqueaba el bosque. Le observaba. Se hacía la distraída, enredando el dedo índice en los tirabuzones que le colgaban sobre el par de montañas. Volvía a mirarle. Así hasta que la tóxica aura que rodeaba a James la atrajo, podía tocarla, acariciar la fina lámina de insania que le convertía en un exiliado de la realidad.

—Excuse moi —dijo la mujer despegando sus labios carmesí.

—¿Si? —respondió James.

—Debo suponer que es escritor, ¿verdad? —Se sentó junto a él.

—Soy James Harrison, el autor del libro más vendido de la editorial —contestó orgulloso.

—Perdone señor Harrison, mis modales. Joelle Tocqueville, encantada. —Esperó respuesta en silencio, pero al ver que James no reaccionaba, prosiguió—. Vengo de una editorial recién abierta, Nubedelibrosfrancesa. ¿Le suena?

—No. —Encendió un cigarrillo, ignorando el cartel de «prohibido fumar» a su espalda.

—Bueno, no importa. —Sonrió sin que se le arrugase la cara lo más mínimo—. Quería proponer la traducción de sus libros al francés. Los amantes de la lectura en Francia están ansiosos por tener una de sus copias entre manos. Sería una oportunidad única para abrirse al mu...

—Acepto. —Extendió el brazo, tembloroso. La idea de ser reconocido en toda Francia ya estaba afectándole.

¿Ya está? ¿Esto va a ser todo? Me esperaba más presión por parte de un autor que ha vendido tal cantidad de ejemplares. Pensó Joelle.

—¿Le parecería bien quedar en algún lugar para negociar los términos?

—Pues... verá, le ofrecería mi casa pero todo lo que tengo de artista, me falta de pulcro y ordenado.

—No se hable más. —Le entregó una tarjeta a James—. Le espero en mi habitación de hotel de aquí a dos horas. ¿Cree que será tiempo suficiente?

—¡Sí! Allí estaré. —Relamió los labios en cuanto Joelle se dio la vuelta, centrando la mirada en sus caderas y muslos.

Pasaron algo más de tres horas hasta que James atravesó la entrada del hotel de cinco estrellas. La cortina de viento que cubría la puerta para evitar que el aire frio se escapase le llevó un par de mechones a la cara. El ambiente era fresco, con olor a mueble recién comprado y estaba iluminado por una enorme lámpara de araña. Cepillaba la serrada suela de sus botas contra la moqueta tras las puertas de cristal, mirando a su alrededor en busca del ascensor.

—Señor, ¿puedo ayudarle en algo? —preguntó un botones.

—El ascensor, por favor.

El botones le acompañó hasta el interior del ascensor, incluso se molestó en presionar el botón de la novena planta con sus manos cubiertas de seda. Al ponerse en marcha, notó el cambio de velocidad en su estómago. El botones le daba la espalda, contemplando la entrada del hotel a través de la cristalera del ascensor. La lengüeta de su sombrero tocaba el cristal, marcando el límite de proximidad mientras se aseguraba los dorados y brillantes botones del chaleco. Un leve tintineo rompió el silencio.

—Esta es su planta, señor. Que pase una agradable estancia.

—Gracias —dijo James.

Golpeó la puerta hasta ver los intensos labios de Joelle. Ella le miraba de arriba a abajo, con disimulo pero haciéndose notar. James esperó en una incómoda silla mientras la francesa salía del baño. Ha tenido toda la tarde y debe ir ahora, las mujeres siempre hacen lo mismo. La impaciencia le llevó a marcar el ritmo de sus latidos sobre la mesita redonda que tenía a su lado. Joelle salió del baño con una fina bata de seda roja. Le excitaba el rojo, no había podido hacer una mejor elección. Se levantó como un felino cazando a su presa y la besó hasta acabar tendidos sobre la cama.

Rozando su cuello con la punta de la nariz, acarició cada parte de su cuerpo como un doctor en busca de cicatrices. Los pechos de la mujer rebosaban por el cuello de la bata, empapados en sudor, palpitando con el ritmo marcado por la curva de su columna... Sexo; fortuna para los desgraciados, la debilidad del afortunado.

James se excedió, sus tirones eran intensos y desgarradores. Intentaba recuperar la llave que había caído por la rejilla de la alcantarilla, la clave para abrir la mente de aquella damisela. Ella le agarró. Tensa. Sofocante. Lujuriosa y desdichada. Pasó el ardiente rastrillo por su espalda, sembrando en la espalda de James un campo de vesania que no tardaría en cosechar. James tiraba con más intensidad, haciendo que la mujer diese cabezazos contra el cabezal de la cama. Arrastrada por la corriente, Joelle debía doblar el cuello para evitar rompérselo, sentía la almohada en su espalda, ya no tenía espacio para moverse. James empujó su rostro hacia abajo y dio un último impulso, partiendo el cuello de la francesa y riendo al ver como sus brazos se derrumbaban desde la espalda hasta rozar el suelo.

Siguió el mismo procedimiento que con el resto de víctimas, no cambió ni un solo detalle. James dejó la cabeza de la mujer sobre sus pechos y encendió un cigarrillo.

—No me mires con esa cara, has sido tú la que quería hacer guarrearías. —Dio una calada—. ¡Oh! Ya veo. Con que eso es lo que quieres. —Extendió el brazo con el que sostenía el cigarrillo y lo puso en los labios de Joelle—. Chica lista, no quieres darle caladas para que así dure más. Bien... —Salía humo a través del cuello, cubriendo las montañas de la mujer con una blanquecina niebla— Basta de cháchara, es hora de que te unas a mi colección.


El Devorador de Mentes (James Harrison)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora