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La música retumbaba en las paredes, el aire estaba cargado de risas descontroladas y el olor a alcohol mezclado con perfume caro

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La música retumbaba en las paredes, el aire estaba cargado de risas descontroladas y el olor a alcohol mezclado con perfume caro. Liam observaba todo con cierta incomodidad mientras se apoyaba contra el marco de la puerta de la cocina. Su rostro mostraba calma, pero sus ojos, claros y llenos de concentración, analizaban cada rincón del lugar.

La fiesta estaba en pleno apogeo, y aunque la energía era contagiosa, él no se sentía parte de ella. Sin decir palabra, se deslizó hacia la cocina, esquivando a un par de chicas que reían descontroladas, y comenzó a buscar una botella de agua. Era algo que siempre hacía: mantenerse al margen.

El agua fría recorrió su garganta mientras pensaba en lo lejos que estaba de su propósito principal. Había venido porque el equipo de futbol lo había convencido, pero eso no significaba que él iba a dejarse arrastrar por el caos. Las prácticas de fútbol eran su prioridad, y el entrenador tenía un don especial para convertir reprimendas en torturas.

Miró hacia la sala, frunciendo el ceño al ver el desorden. Papeles, vasos y restos de comida cubrían los muebles a Liam le encantaba el orden, tal vez demasiado. Le gustaba sentir que todo estaba bajo control, incluso en medio del descontrol absoluto.

Sus pasos lo llevaron hacia la mesa donde un grupo de chicos celebraba una absurda competición de chupitos de tequila. Luis, el defensa del equipo, estaba allí, alzando un vaso mientras los demás lo animaban a gritos.

—¡Eso es, Luis! ¡Uno más! —gritó Cristian, delantero del grupo y el alma de cualquier fiesta. Al verlo acercarse, Cristian alzó su vaso en dirección a Liam y le sonrió ampliamente—. ¡Toma algo, hermano! Diviértete un poco.

Liam negó con la cabeza, alborotándose el cabello oscuro y rebelde que ya le cubría los ojos. Sabía que necesitaba cortárselo, pero entre los entrenamientos y las clases, nunca encontraba tiempo para ello.

—Estoy bien así, Cristian —dijo con una sonrisa que destilaba tranquilidad. Sus ojos claros, casi grises bajo la luz tenue, se fijaron en la mesa donde los chicos jugaban—. No necesito eso para divertirme.

Cristian soltó una risa suave mientras pasaba el vaso a otra persona, probablemente más dispuesta.

Lo cierto era que Liam tenía un motivo personal para evitar el alcohol. Cuando era niño, había visto de cerca cómo las bebidas podían destruir vidas. Su madre, atrapada en un ciclo de autodestrucción, había perdido tanto a causa de ello, y aunque ahora estaba mejor, ese recuerdo permanecía grabado en él como una advertencia.

Mientras observaba a los demás, algo fuera de lugar llamó su atención. Un chico de cabello negro se acercó a Luis, susurrándole algo al oído. La expresión de Luis cambió en un instante; su sonrisa despreocupada se desvaneció, y el miedo se apoderó de su rostro. Sin mediar palabra, el chico lo tomó de los hombros y lo llevó fuera del lugar.

Liam frunció el ceño, sus instintos encendiéndose como una alarma. Algo no iba bien.

Luis era su amigo desde que había entrado al equipo. Aunque no solía meterse en problemas, tampoco era alguien que dejara ver el miedo tan fácilmente. El chico que se lo había llevado le resultaba vagamente familiar, pero su nombre seguía siendo un misterio para Liam.

Alay (En Pausa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora