III - La emperatriz

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El sol acaricia su mejilla, brilla contra su párpado, no le brinda alguna sensación, no es caliente, no es frío, solo brilla, es molesto, lo despertó con juegos molestos de un niño, despertar siempre fue una sensación sagrada para él, poder abrir los ojos de nuevo, él seguía vivo al abrir sus ojos. Su nariz olfateó un par de veces, el trazo de rojo seguía en su habitación, ligero y suave, casi desaparecido, el aroma a calor y maldad fue algo que no pensó que extrañaría al despertar, pero descubrió que lo añoraba al punto de esconder su rostro en sus sábanas y olfatear como un animal por el resto del aroma, fue diferente al día anterior, había otro aroma que lo manchaba, ensuciaba, hizo vibrar sus sentidos, la sensación cálida subía por su cuerpo como lianas, gruñó por la ligereza del aroma, quería más, quería que lo abrume y lo abrace como el día anterior, se arrastró en su cama, buscando en cada trozo de tela alguna sobra del olor, sus caderas dieron un giro accidental, frotándose contra las sábanas, gimió como un gruñido, rápidamente abandonó la cama, el aroma no era nada bueno, la ducha fría aliviaría el hormigueante dolor que había generado, respondió que no lo deseaba.

Durante la ducha un agudo dolor lo hizo rememorar la noche anterior, recordó el dolor vivo del fuego incinerando alrededor de su mano, consumiendo la piel como un agujero negro, también recordó el ardiente frío que se encargó de terminar de lastimar su larguirucha mano, finalmente recordó la sensación de calor gentil que acarició su palma, suave y reconfortante, como una canción luego de un raspón. Observó su mano con curiosidad, el exterior de su mano estaba cubierto por parches costras oscuras y texturizadas, de un color granate que recorría desde un poco más allá de su muñeca hasta la punta de sus dedos, como una paradoja, el lado contrario de su mano, la palma, se veía completamente sana, los callos que había acumulado con el paso de los años se había ido y hasta parecía haber renovado su piel como una serpiente, las sensaciones eran tan contradictorias pero las encontraba extrañamente encantadoras.

Realiza una llamada desde el teléfono de su sala de estar, que sorprendentemente seguía en pie después de todos los arrebatos de ira que atravesó durante esos días, la llamada fue atendida por la misma joven muchacha que le entrega el guión a diario, la secretaria de Lewis, preguntó por quien estaba al habla con su tediosamente dulce voz, más se le notaba contenta.

- "Oh, me conoces muy bien, querida, comunicame a tu jefe, si puedes ser tan amable." - Río encantada, airadamente, pudo oír como su respiración se detuvo por un segundo al oírlo su voz, lo divirtió.

- "Alastor, amigo mío, ¿sucede algo?" - La entrañable voz del hombre mayor se dio a conocer por la bocina del teléfono, todos parecían estar de buen humor, se incluía en el grupo.

- "Oh, Lewis, quiero pedirte el día libre." - Oh, bueno, tal vez ya no todos, se lo acaba de arruinar a alguien, pero sus acciones, buenas y malas, tienen una razón.

- "Alastor, no puedes hacer esto un viernes, quién- "

El teléfono se volvió a posar en su mostrador, fue grosero, más de lo que Alastor solía ser, pero no pudo evitarlo, estaba muy emocionado por empezar su día a desperdiciar su tiempo en un debate cuyo ganador ya conocía, Lewis podía llamar a cualquier persona para q suplantarlo, si no lo encontraba, podría suplantarlo el mismo, más un día libre era lo mínimo de deuda que tenía con él, pues el moreno no había pedido sus vacaciones en el comienzo del año.

Antes de salir, se tomó unos momentos para cuidar la quemadura de segundo grado en su piel, una capa fina de rosa ocultaba su carne y en ciertas partes se juntaban cúmulos de pus, era horrible a la vista y sabía que podía perturbar ojos inocentes, se veía húmedo y repugnante, realmente no tenía algún remedio en su botiquín, apenas hrozón gazas y cintas, así que simplemente optó por limpiarla con un paño húmedo, cuando la tela rozó las burbujas de ampollas, lo obligó a morderse el labio para aguantar un sonido de dolor, su piel se sentía más como carne y cada roce le daba la necesidad de arrancarsela, sin embargo, no lo hizo, terminó de limpiar y envolvió su mano en gazas, por su palma y el dorso y por cada uno de sus dedos.

Barajas [RadioApple]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora