🍓 cuarenta y nueve.

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Jimin había entrado en un periodo depresivo en el que solo le permitía estar recostado en su cama, no tenía energía ni para beber agua, por eso siempre tenía dolor de cabeza a pesar de no llorar en lo absoluto. Estaba mal, toda su vida no tenía sentido y los sacrificios que hizo habían sido insulsos, su corazón se retorcía por el hecho de haber contribuido de cierta forma en el rencor de Minho.

Se sentía inútil, derrotado y más hundido que nunca.

Era lo mejor que podía hacer, sus intenciones eran por puro amor. Y aún así, no fue suficiente. No fue necesario.

Su amor no servía, no era suficiente como para ayudar a quien amaba. Era triste.

No quería llorar, se había cansado. Tenía que aceptar las consecuencias de sus terribles acciones. Pero, ¿amar era una terrible acción? Al parecer el amor que Jimin daba lo era, porque nadie había salido feliz o satisfecho de su corazón. O lo dejaban, lo engañaban, o él los destrozaba.

Creía que era una persona que sólo sabía amar mucho, pero ni siquiera eso hacía bien.

¿Cómo era posible?

Sé levantó de su cama, tenía que caminar un poco o las piernas le comenzarían a doler. Arrastrando sus pies hasta la cocina se sentó al lado de su papá, todos se silenciaron en cuanto lo vieron. Era obvio que cualquiera que existiera a su alrededor se daría cuenta de su pesado corazón roto.

“¿Quieres un poco de chocolate? Te animará.” Nadie sabía por lo que pasaba, tampoco les diría porque sentía mucha vergüenza por si mismo, pero se sentía su miseria.

“Gracias.” Acepto con un asentimiento de cabeza. Soltó un suspiro y paso sus manos por su rostro, así disiparia cualquier rastro de cansancio.

Sé sentía grosero y mal agradecido por no hablar en la mesa, no unirse a la conversación de sus padres le parecía algo malo, pero estaba muy cansado; había pasado toda la noche pensando en cada tropezón dado y como sus rodillas se habían rasmillado cada vez que supuso hacer algo bien. Aún así, trato de poner su mejor cara, fingir que era parte de la conversación familiar.

Pero era tan difícil, cuando el mundo se te viene abajo es imposible mirar hacia arriba. No podía.

Tuvo su taza de chocolate y para endulzarse la bebió, disfruto del toque casero y para distraerse un poco más tomó el periódico de su papá. Alguna caricatura o alguna sopa de letras tomaría lo mejor de él.

No fue así, en cuanto abrió el periódico lo hizo en la página de “social” donde aparecían las mejores recomendaciones y lo popular estos días en Busan. Su corazón cayó al piso en cuanto reconoció al barista que posaba con otros baristas en la foto al lado del titular “lo mejor en Busan para tomar un buen trago o escuchar de la mejor música”.

Y la noche en vela, la falta de comida, el desastre de vida; lograron que su presión se bajará e hiciera que comience a escuchar el singular pitido, después vio en blanco.

La sorpresa había hecho que se desmayara, jamás creyó estar tan cerca de Jungkook, a su cabeza nunca vino la posibilidad de que estuviera en Busan. Pero estaba ahí.

Y no sabía qué hacer.

Cuando se levantó de golpe su mamá y papá estaban sosteniéndolo en su cama, muy preocupados y con espanto en sus rostros.

“Jungkook.” Fue lo primero que dijo, entre un balbuceo y un susurro.

“Jimin, tenemos que llevarte a un hospital.” Le dijo su mamá, su mano era fría y la pasaba por su rostro para descartar fiebre.

“¿Por qué? Estoy bien.” Dijo sentándose en su cama, su cabeza aún daba vueltas.

“Te desmayaste, tenemos que llevarte para descartar cualquier cosa.” Dijo su papá.

Fresas en tus mejillas ; km auDonde viven las historias. Descúbrelo ahora