III

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La invitación de parte de su madre hacia Carolina y Andrés, hizo que la primera comida que disfrutaba con su familia en años fuese una de las peores experiencias vividas en mucho tiempo.

Ni las anécdotas de su madre sobre su niñez, o los comentarios de su prima sobre más de una travesura que causó dolor de cabeza a sus padres, lograron que Cristian pudiese dejar de sentirse incómodo por más que lo disimuló. Y apenas su padre y Andrés fueron por unas frías, mientras su madre y Carolina se quedaban hablando en las sillas del patio, Cristian aprovechó para escabullirse hacia el solar de atrás de la casa y respirar un poco.

Allí, alumbrado a medias por una desnuda bombilla amarilla y en compañía de la Negra y la Mocha, intentó poner en orden sus pensamientos al respirar el fresco aire nocturno tan diferente al de la ciudad.

Dejándose caer en una vieja silla de hierro y mimbre tejido, pensó en hacerse el loco y quedarse allí hasta que su prima y Andrés se marcharan. Aunque dudaba que eso funcionara, porque tarde o temprano alguien vendría a buscarlo y tendría que regresar con los demás.

De repente, ambas perras abandonaron el lado de Cristian para correr hacia la puerta de la casa que daba al solar. Y al mirar en aquella dirección, se percató de que se trataba de Andrés, que llevaba un par de cervezas en sus manos.

La expresión de Andrés era un tanto incómoda, como si no quisiese estar allí. Pero su rostro enseguida cambió cuando las perras comenzaron a saltar emocionadas a su alrededor, y tuvo que luchar por intentar calmarlas sin que le tumbaran las cervezas.

—Eh, eh, ¡Negra! ¡Mocha! ¡Quietas! —Cristian llegó se acercó a Andrés y logró calmar a las perras con un par de palmadas en la cabeza.

Andrés dejar escapar un suspiro de alivio al verse libre de las perras, y ante aquella actitud, Cristian no pudo evitar decir con cierta diversión:

—Parece que aún juegan la pelota contigo.

Andrés resopló de risa, y aquel comentario pareció desvanecer un poco la tensión entre ambos.

—Contigo también. Solo se están haciendo las santas porque tenían tiempo sin verte —dijo Andrés, entregando una cerveza a Cristian—. Tú papá me mandó a buscarte. Ya lleva cuatro; dos que nos tomamos donde Doña Mari y dos en el patio, y ya comenzó con sus cuentos de los años 1600 cuando el tirano mandó...

Cristian aceptó la cerveza y rio, sabiendo lo que significaba aquello. Su padre no era tan animado como su madre, pero con más de dos cervezas encima pasaba a contar anécdotas de su época de juventud, las cuales ya toda la familia y conocidos se sabían de memoria de tantas veces que las había contado.

Dio un par de tragos a la cerveza y sintió la cabeza un poco más ligera.

Miró a Andrés que le regaló un par de caricias a las perras y tomó un gran trago de su cerveza en silencio.

Por unos momentos ninguno de los dos dijo nada. Y el sonido de las perras jugando entre sí, y de un sapo y algunos grillos que solían abundar por allí, fue lo único que se escuchó.

Cristian notó que Andrés parecía querer decir algo, pero no se atrevía. Aquello quizás era lo mejor, puesto que sabía lo que este diría y por más que se hubiese dicho que existían cosas en su vida a las que debía dar un punto final, cuando finalmente tenía la oportunidad de enfrentarlas se sentía tan cobarde como cuando optó por darse la vuelta y marcharse lejos. Y por esta razón, decidió ir con su padre. Prefería escucharle hablar por milésima vez sobre sus cuentos de juventud que él se conocía de memoria a seguir cerca de Andrés, incapaz de volver a hablar como los mejores amigos que una vez fueron.

—Voy al patio con mi papá. Seguramente mi mamá y Carolina ya se durmieron de tanto escuchar sus vainas —dijo Andrés, encaminándose hacia la entrada a la casa.

Sin embargo, antes de que siguiese avanzando, Andrés habló con un dejo de reproche totalmente inesperado:

—Debiste avisar que vendrías. Regresaste de la misma manera que te marchaste: sin avisarle a nadie.

Cristian detuvo su paso. Asió con más fuerza la botella en su mano, intentando encontrar calma en el frío de la cerveza y apaciguar la agitación que había empezado a latir en él ante aquellas palabras y, sin voltear hacia Andrés, contestó:

—Sabes la razón por la que no le avisé a nadie. Tú mejor que nadie la sabes.

—No, no la sé —dijo Andrés, y a pesar de que Cristian aún no había volteado y no podía ver su expresión, podía escuchar la recriminación en su tono—. Desde hace mucho no sé nada de ti. En todos estos años nunca supe de ti. Nunca me escribiste ni un mensaje...

—¡Tú tampoco me escribiste una mierda! —Cristian se giró, indignado de escuchar las recriminaciones de Andrés, y estallando tras fingir normalidad ante su familia y guardarse tantas cosas desde hacía mucho.

Y al hacerlo, vio el rostro de Andrés cargado de reproche, aunque sus ojos reflejaban dolor y remordimiento.

Aquella imagen hizo que su indignación y la rabia que empezaba a sentir se acrecentase. Andrés no tenía derecho a mostrarse así cuando era el culpable de todo. Pero antes de que pudiese decir algo, Andrés volvió a hablar:

—Creí que si te daba tiempo me volverías a hablar conmigo algún día... Esperaba que lo hicieras primero...

Que yo lo hiciera primero —Cristian negó y sonrió con acritud—. No sé qué esperaba cuando siempre has sido más cobarde que yo. ¿Y qué coño esperabas que te dijera, si cuando te dije que creía te veía como algo más que un amigo saliste corriendo y no quisiste hablar conmigo más? —dijo con los dientes apretados, intentando no subir la voz al ser consciente de que la cercanía de su familia—. ¿Qué te iba a decir si a pesar que nos besábamos y hasta cogimos, seguías diciendo que no eras marico? ¿Qué querías que te dijera si luego me enteré que te ibas a casar con mi prima que siempre estuvo tras de ti desde carajita y que ignorabas, pero que de repente saliste con la vaina de que le propusiste matrimonio? ¿Que los felicitara? ¿Que le dijera a Carolina que no quería venir porque no tenía cara para felicitarla y ver a su futuro marido porque resulta que me lo cogí? ¡¿Eso querías que dijera?!

Cada palabra dicha se sintió para Cristian como si estuviese escupiendo todo lo que llevaba atorado en su interior durante años. Y para cuando terminó, las perras habían comenzado a ladrar al percibir el cambio de ánimo en el ambiente y Cristian intentó aplacarlas.

Por su parte, Andrés parecía incapaz de decir palabra. Se veía casi avergonzado y dolido. Pero para Cristian era mucho más doloroso ver aquella expresión cuando esta fue la misma que tenía Andrés aquella vez que él le dijo todo lo que sentía.

No podía soportarlo.

Sin decir más, se marchó del solar y el ligero amargor de la cerveza que ni siquiera había terminado de tomar y que percibía en su boca, de repente le resultó nauseabundo y se le hizo tan amargo como las palabras que acababa de escupir.

***

El ritmo de esta historia estaba planeado para subir un capítulo cada 15 días, ya que aunque está terminada, paso los capítulos de una libreta a la compu. Sí, doble trabajo, pero detesto escribir directamente en la computadora. Además, estos días han sido de mucho frío y mi muñeca y mi hombro me andan matando y traqueteando como bisagra vieja. Así que me estoy tomando las cosas poco a poco, pero lo bueno es que como ya está terminada, el ritmo de actualización será regular. 

Besos con sabor a mentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora