IV

7 1 0
                                        

Dejar salir todo lo que se llevaba guardado podía ayudar a aligerar el corazón. O al menos eso era lo que solía decir su madre. Por desgracia, Cristian no creía que eso fuese del todo cierto.

Tras lo que le había dicho a Andrés la noche anterior, había terminado excusándose con el resto de su familia, asegurando que estaba demasiado cansado por el viaje como para quedarse echando cuentos. Y aunque aquella excusa le sirvió para alejarse de Andrés al menos por esa noche, esto no significó que pudiese dejar de pensar en lo ocurrido.

Al final, Cristian no pudo pegar un ojo en toda la noche por culpa de recordar lo sucedido, y, en especial, la expresión que mostró Andrés cuando escuchó las palabras de Cristian. Pero él ni siquiera tendría que sentirse culpable. O eso era lo que deseaba seguir diciéndose a sí mismo.

Era cierto que fue él quien se había marchado, pero Andrés fue quien no pudo hacer frente a la declaración amorosa de Cristian. Además, desde el inicio debió saber que no podía esperar mucho de Andrés.

Después de todo, ¿qué podía esperar de alguien que siempre vacilaba más que el carajo antes de tomar una decisión?

Sus demás amigos de juventud solían decir que Andrés era un caga'o. Y él sabía que aquello era verdad, porque aun cuando Cristian jamás fuese el más valiente del mundo, de los dos, siempre fue él quien daba el primer paso cuando se cansaba de la vacilación de Andrés.

Siempre fue Cristian quien arrastró a Andrés a lanzarse en las patinetas de sus primos mayores por las bajadas de la cuadra, cada vez que Andrés se quedaba con patineta en mano y viendo la bajada, dudando si lanzarse o no. Fue Cristian quien siempre pedía permiso al papá de Andrés para ir juntos a algún lado, porque Andrés dudaba si le dejarían ir. Fue Cristian quien inició lo que no debió comenzar entre ellos cuando le quitó con su propia boca un caramelo de menta —de esos que a Cristian tanto le gustaban—, mientras peleaban por el último caramelo que Andrés comía, en un salón vacío luego de una clase. Y fue Cristian quien al darse cuenta de lo que sentía y por más miedo que tenía al pensar en lo que diría su familia y el propio Andrés, terminó por sacar valor de donde no tenía y se había puesto las bolas bien puestas para confesarse. Y todo para que su condenado supuesto mejor amigo fuese incapaz de responderle.

A aquellas alturas de la vida, pensaba que podría haber soportado un rechazo, pero ni siquiera recibió eso. Andrés simplemente huyó, y, en aquel entonces, cada vez que Cristian intentó hablarle o acercarse, su amigo lo esquivaba o inventaba excusas.

Numerosos fueron los días en los que esperó una respuesta de Andrés, temiendo que los demás se enterasen de lo que había pasado entre ellos cuándo comenzaran a preguntar por qué ya no solían estar tan juntos como antes. Hasta que llegó el día en el cual, luego de meses sin hablar con Andrés, Cristian decidió marcharse lejos del responsable de su sufrimiento, para años después, enterarse del matrimonio de este con su prima.

Andrés no tenía moral para reprocharle nada. Pero, aun así, y luego dejar salir todo lo que llevaba atorado y confrontarle abiertamente después de años, Cristian no se sentía para nada bien. Todo lo contrario, se sentía peor que nunca. Aunque por su prima y toda su familia, lo único que le quedaba era fingir y rogar que el fin de semana llegaste pronto para marcharse luego de una boda que sería insoportable de ver.

No obstante, aquella noche llena de pensamientos tormentosos dejaron el rastro de un cansancio que había hecho que, al llegar la mañana, su madre le preguntase si estaba bien, cuando fue prácticamente arrastrado hasta el salón de fiestas de la pequeña iglesia de la comunidad donde se celebraría la boda.

Y aunque era cierto que su semblante ojeroso no era el mejor, Cristian aseguró que solamente se trataba del agotamiento del viaje que aún no se le había pasado. Pero cuando Carolina y Andrés se hicieron presentes, el recuerdo de lo que había ocurrido entre Andrés y él la noche anterior, hizo que tuviese que decir que saldría salir un momento a comprar algo de tomar porque el calor le estaba matando. Solo que no esperó que Andrés le siguiese en su camino hacia una pequeña panadería cercana.

Besos con sabor a mentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora