Capítulo I

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Enamorarme de Alejandra Guillén fue como ser tentado por un ángel, a pesar de que ella era quince años mayor, había una inocencia en sus ojos que me hacían querer corromperla, sentir el fuego que sólo ella podía quemar en mi pecho, ya fuera una discusión o el simple hecho de robarle un beso a sus dulces labios, de sentir su cuerpo junto al mío, su cálida piel y la voz que invadía mis pensamientos día y noche.
No, no la merecía, y quizás eso era lo que lo hacía aún más intenso. Quería conseguirla, poseerla, tener algo en mi vida que fuera puro, bueno y noble, todos sus malditos valores, que admiraba y odiaba a partes iguales.
Sin embargo, no la poseí, le entregué mi corazón, un corazón que hacía tiempo había olvidado que existía y que quedó cautivo de su presencia, de su risa, de sus comentarios impertinentes, pero sobre todo de su amor, de sus palabras de cariño y afecto.
Alejandra Guillén no era sólo una secretaria, sino la mujer que había cambiado por completo el rumbo de mi vida y por la que estaba dispuesto a luchar a muerte con quien fuera para proteger ese amor.

Maximiliano Villarreal

* * * * *

3 meses antes

Maximiliano sabía que desde el momento en que entrara en la oficina dejaría de ser de su padre y pasaría a ser suya, pero en realidad nunca le pertenecería, su hermano era quien debía estar detrás de ese escritorio, Octavio era el favorito para hacerse cargo del negocio, él se limitaría a permanecer en las sombras haciendo lo necesario para acabar con los enemigos y ayudarlo, con el respeto y el miedo que le imponía su reputación era suficiente, no necesitaba una habitación para eso. Sin embargo, ahora no había alternativa, tenía que hacerse cargo del negocio y averiguar quién era el responsable del asesinato de su padre y su hermano.

- Señor, ¿hay algún problema? preguntó una voz suave a pocos metros de distancia.

Al mirar hacia atrás, Maximiliano reconoció a la mujer que estaba detrás de él, sólo se habían visto un par de veces a pesar de que trabajaba para su padre desde hacía casi veinte años, Alejandra Guillén, era unos doce o quince años mayor, no estaba seguro, iba vestida como todas las secretarias, una blusa blanca con botones nacarados, una falda lápiz negra y un blazer del mismo tono oscuro, el pelo recogido en un moño alto y un pequeño crucifijo plateado. Era hermosa, con un rostro de rasgos bien marcados y un cuerpo que podía despertar la imaginación de un hombre, y sin embargo era muy respetada por todos. Esto le intrigó un poco.

- ¿Qué haces aquí? No recuerdo haberte llamado.

- No, pero yo era la secretaria responsable de esta sala, de las citas de tu padre. Así que pensé que podría necesitar algo, todavía está como él la dejó, pero si quieres que quite algo para hacerla a tu gusto, puedo arreglarlo.

- Pasa, tengo unas preguntas. Y cierra la puerta. Dándose vuelta y entrando en la sala, Maximiliano escuchó entonces los tacones, la puerta crujió un poco al cerrarse.

De pie, Alejandra miró fijamente al hombre que tenía enfrente, Maximiliano no le recordaba en nada a su antiguo jefe, sus ojos azules no eran serenos como el cielo, sino vivos y tormentosos como una tempestad, su estatura, su cabello rubio, aunque apuesto, su forma de hablar era áspera, su fama de autoritario y peligroso no esgrimía respeto, sino miedo, lo cual, al mirarlo detenidamente, le recordaba a sus propios demonios pasados.

- Señorita Guillén, ¿cuánto tiempo trabajó con mi padre? Maximiliano preguntó, sirviéndose un trago de whisky observándola atentamente.

- Diecisiete años, señor.

- Mi hermano decía que usted le conocía mejor que nadie de aquí. ¿Será verdad?

- No lo sé, podría decir que éramos amigos más allá del trabajo.

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