Once

147 23 37
                                    

La cabaña del viejo Tabatha tenía las puertas abiertas de par en par cuando Anker regresó

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

La cabaña del viejo Tabatha tenía las puertas abiertas de par en par cuando Anker regresó. La desolación danzaba en el ambiente y él tuvo una especie de déjà vu. Recordó ese día en el que perdió a su padre y hermano. Se sintió casi igual, incluso pudo oler la muerte antes de entrar.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el nombre de una sola persona, así que, como si se trataba de un zombi, avanzó con ímpetu y se dirigió a la habitación de huéspedes.

No tomó en cuenta el desastre que había alrededor ni en el cuerpo destrozado de Abia.

—¡Sugar! —gritó desde lo más profundo de su ser.

Las paredes temblaron y las aves alzaron el vuelo a causa del eco. La voz se escuchó a varios kilómetros de donde se encontraba.

La ira no dio paso a ningún otro sentimiento, invadió cada célula de su sistema. El rostro de Anker se desencajó en una mueca que denotaba odio. Estaba bastante agitado, a pesar de que aparentaba quietud.

La lucidez que le otorgaba su nueva especie hizo que se preguntara quién había osado a tocarla. Peor aún, por qué era perseguido si se suponía que él estaba muerto. Recordó que la chica era valiosa, y que el padre de ella la buscaría, pero ¿cómo dieron con su paradero?

Anker resopló con hastío ante los diferentes sentimientos que estaba experimentando. Quiso convencerse de que fue lo mejor que sucedió, pues Sugar era un estorbo para la misión que cargaba sobre los hombros. Sin ella, podía deshacerse de todos sus enemigos sin miramientos.

A las voces de su cabeza les gustó esa conclusión y lo alentaron a que siguiera adelante en lo que le concernía.

Recogió las maletas, dejando de lado lo que usaba Sugar, y se aseguró de que todo lo que había guardado de la cabaña de Arthur estuviera ahí. Miró por última vez el desastre y aspiró con la esperanza de que encontraría el aroma dulzón antes de salir.

Se detuvo en medio del salón y observó el cadáver de Tabatha que era consumido lentamente por los bichos terrestres.

—Sabías que esto iba a pasar —dijo en voz alta mientras apretaba la maleta.

Anker se sintió airado, no entendía por qué el viejo no hizo nada para evitar la tragedia.

Dio pasos hacia la salida, pero se detuvo por culpa de una molestia en el pecho. Maldijo una y otra vez ante los recuerdos de su padre y hasta pudo escuchar el comienzo del sermón sobre la benevolencia.

Odiaba esa parte débil, era antinatural a su parecer. Se suponía que pertenecía a otra especie, superior y malvada.

Dejó de lado el paquete antes de cargar el cadáver y salió con él hacia la parte trasera de la cabaña.

Con sus propias manos, y con ayuda de una de sus navajas, cavó un agujero profundo. No era un sepulcro digno, pero al menos sus restos no serían consumidos de una manera tan vil.

Anker ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora