Doce

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Lo sobrenatural siempre había estado ligado a lo común, y el romance latente entre seres de diferentes especies

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Lo sobrenatural siempre había estado ligado a lo común, y el romance latente entre seres de diferentes especies. Dioses y humanos; ángeles y demonios.

Las historias, aunque parecían diferentes, terminaban casi de la misma manera. Muerte.

Sugar cerró el libro de golpe y lo dejó de lado. Lo había robado de la selecta biblioteca de su padre. Algunas páginas estaban marcadas, y esas leía. 

Tenía pendiente un plano de una familia humilde en el que debía trabajar. Aceptaba esas labores para huir de sus pensamientos, pero también encontraba paz ayudando a los necesitados.

La oficina era pequeña, aunque tenía todo lo que necesitaba. Fue lo único que sentía suyo a pesar de que el amor por la arquitectura se lo había transmitido su madre.

Llevó la mirada al umbral de la puerta. Dos hombres enormes esperaban por ella como si fuesen estatuas. Conti no estaba dispuesto a perderla de vista.

—Qué exageración —dijo Sugar, enojada.

Ninguno de los guardias se inmutó. Los toques cambiaron sus posturas y la de ella. No esperaba a nadie.

Uno de los tipos salió y a los segundos entró seguido por un hombre de alta estatura. Cada rincón del lugar se llenó de la esencia del recién llegado. Sugar tragó saliva. Era la segunda vez que lo veía, y le pareció tan aterrador como la primera.

—¿A esto se dedica mi futura esposa?

Kennet clavó los ojos en los dibujos que ella intentaba cubrir con las manos.

—No lo esperaba —dijo desconcertada.

Miró alrededor en busca de sus guardaespaldas, pero ellos la habían dejado sola con su prometido.

Con solo un par de zancadas, lo tuvo sentado en la única silla que había frente a su escritorio. Los orbes miel de Kennet hacían contraste con la piel bronceada. El pelo marrón oscuro y rizado enmarcaba y le daba cierta jovialidad al rostro endurecido.

La mirada mostraba arrogancia mezclada con picardía.

—Quise venir de improviso —dijo mientras la recorría con la vista—. Ni siquiera Conti sabe que estoy aquí.

—Señor Kennet...

—Llámame Lorien —la interrumpió—. ¿Aceptas un almuerzo?

Una respuesta negativa casi salió de sus labios, pero dedujo que eso solo empeoraría la situación. Aceptó con un movimiento de cabeza que produjo una sonrisa de satisfacción en Kennet.

Él se puso de pie y extendió su mano. Ella también se levantó y tomó el libro que estaba leyendo, después pasó por su lado sin mediar palabras.

Lejos de ofenderse, Kennet estaba fascinado y el interés por Sugar aumentó.

Anker ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora