Introducción

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Introducción 

No quería que se fuera aquella noche. Lo habíamos pasado muy bien en el teatro, luego la cena, el baño de burbujas en el lujoso jacuzzi de nuestro departamento. También habíamos hecho el amor sobre el colchón nuevo; nos habíamos entregado sin descanso hasta que su móvil timbró y su mujer le llamó para preguntarle a qué hora salía de la famosa junta de las seis de la tarde. Y él le había dicho que ya iba en camino y que al día siguiente la llevaría de compras a Polanco. Que pasarían el fin de semana en Ciudad de México y que cenarían en Guanajuato el domingo antes de volver a casa. 

La sonrisa de Javier era preciosa, tenía esos profundos hoyuelos y aquella dentadura blanca; era una sonrisa despreocupada, contagiosa. Aunque estaba desanimado en ese momento, me vi obligado a sonreír. No quería hacer un drama como la última vez que le pedí que dejase a su mujer y a sus hijos por mí. No quería volver a ponerme en esa terrible situación porque sabía cuál era mi lugar en la relación y, si se me olvidaba, el propio Javier se encargaría de recordármelo hasta hacerme llorar.

¿A qué hora había comenzado a afectarme? ¿Cuándo me ligué sentimentalmente? Porque al principio fui consciente de que lo nuestro no llegaría a ser sólido ni estable; siempre supe que sería el plato de segunda mesa y estaba bien con eso, entonces, ¿qué me había pasado?

La primera vez que le había reclamado algo había sido cuando me pidió que actuara como hetero una vez que salimos juntos a comprar un atuendo para su aniversario. Me había llamado amanerado de una manera despectiva y yo me había ofendido, aun sabiendo que desde un principio él había sido muy claro conmigo al imponer ciertas reglas: Nada de muestras de afecto en público, nada de llamadas a su móvil y mucho menos a su casa, nada de portarse ni vestirse como un maricón, nada de pedirle que dejase sus compromisos por caprichos míos, etc.

Quizás me enamoré el día en que me accidenté cuando cursaba el cuarto semestre en la uni. Javier acababa de comprarme un auto de reciente modelo y un imbécil me había chocado en la avenida. Yo estaba nervioso y herido, nada grave; era más el hecho de que en Durango no tenía a nadie a quien llamarle, pero la aseguradora se había encargado de ponerse en contacto con Javier y este había llegado en menos de quince minutos. Nunca le había visto tan preocupado, todavía recuerdo las arrugas de su frente marcadas por la mortificación, le rememoro preguntándome una y otra vez si me encontraba bien, si me dolía algo. Quizás me encapriché con él desde entonces, porque recuerdo que desde ese día empecé a portarme diferente; a menudo buscaba llamar su atención porque me había encantado el trato que me dio durante mi recuperación; a veces incluso se quedaba a dormir conmigo, mostrándome de esta manera, que también él podía hacer sacrificios por el bien de nuestra relación. Pero estaba muy equivocado...

La puerta principal se cerró y él desapareció de mi vista. Tenía el fin de semana libre, Javi se lo pasaría con su familia y yo estaría solo en casa, aburrido y triste, al pendiente de mi móvil por si me llamase, por si me extrañase tanto como para tener la osadía de hablarme frente a su mujer con cualquier pretexto. A veces lo imaginaba, esa escena telenovelesca llena de drama, gritos, besos, liberación...

Me froté el cuello y caminé hasta el balcón, era tan temprano que me daba rabia que se hubiese ido antes de la medianoche. Encendí un cigarrillo y volví a masajearme el cuello, estaba tenso. Ser su amante empezaba a desgarrarme, a matarme lentamente. Estar con Javi me hacía daño y lo sabía, era consciente de que me autoflagelaba, pero no podía moverme del sitio, era incapaz de salir del tormento de nuestro círculo vicioso.

Le di una calada al cigarrillo y me tragué un nudo en la garganta cuando miré la sala de estar a través del cristal de la puerta. Ahí habíamos estado charlando y bebiendo vino hacía apenas un par de horas, las copas seguían sobre la mesa de café y mis manos aún conservaban el salvaje aroma de su sexo. Mis entrañas continuaban guardando la sensación de sus embistes; si cerraba los ojos, podía recrear el momento exacto en que eyaculó dentro de mí mientras apretaba mi nuca con mucha fuerza.

Alguien digno de ti: Libro 1 [EXTRACTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora