02

76 18 6
                                    

02


—Tú lo que necesitas es salir por ahí a que te dé el aire fresco —dijo Paco. Yo seguía acostado en mi cama mientras él me ayudaba a desempacar.

Habían pasado solo cinco días y yo continuaba como viuda. Me negaba a animarme, estaba deprimido ya que Javier había dejado de insistir ante mi nula respuesta. Me había pasado las dos últimas noches mirando nuestras fotografías y pensando en todos aquellos momentos felices que habíamos pasado juntos. Había colocado una foto suya de fondo de pantalla en mi móvil y constantemente revisaba nuestro chat para verificar si estaba en línea, pero llevaba días sin conexión y aquello me inquietaba demasiado.

—¿Qué parte de «estoy deprimido» no entiendes? —respondí, cubriéndome el rostro bajo la cobija.

—Ash... —masculló—, pues por eso mismo te estoy invitando a salir, para que se te quite la depresión. Además, ya te dije que John está enfermo y hoy es sábado. ¿No solías decir que los sábados eran tuyos?

—Era joven en ese tiempo... No sabía ni lo que decía. He madurado.

Paco soltó una carcajada. Yo volteé a mirarle con el ceño fruncido.

—¿Has madurado? —Asentí—, ¿te parece maduro estar hecho bola bajo las cobijas solo porque terminaste con Javier? Maduro sería que levantaras tu trasero, te ducharas y, luego de ponerte esta preciosa camisa —Me mostró una camisa negra que acababa de extraer de mi maleta—, fueses conmigo a bailar y pasarlo bien.

—Que no, hombre, que estoy deprimido y prefiero quedarme en casa a morir lentamente.

Paco rodó los ojos.

—¿Sabes? Ayer fui a una función de box con John y deberías de ver lo que yo vi... —Enarcó una ceja para tentarme.

—Sabes que no me gusta el box, eso es de salvajes y analfabetos.

—Ay, a mí tampoco me gusta el box, pero John es aficionado. Si vieras esos cuerpos, Ramón... —Suspiró, apretando contra su pecho la misma camisa negra—, pero ¡qué hombres, Ramón! ¡Qué brazos!

—¿No decías que vas a casarte en diciembre?

Paco me lanzó la camisa directo al rostro y, luego de torcer los labios de una manera graciosa, acotó:

—¿Y? Por mirar un poco no pasa nada. No es como si le estuviese siendo infiel a John. Además, esos hombres son inalcanzables y soñar no cuesta nada. Mejor ya dime si me vas a acompañar...

Negué con la cabeza, luego volví a acomodarme en mi cama. Eran las siete de la tarde y no me había puesto de pie en todo el día, si acaso había ido a orinar y nada más.

» Yo creo, Ramón, que Javier te chupó la juventud. Estás hecho un anciano aburrido.

—Mejor ya vete, déjame dormir.

—¿Me prestas la camisa?

—Quédatela.

Durante los siguientes días mi estado de ánimo fue de mal a peor. Apenas y comía y mis padres estaban preocupados. La barba ya me había crecido lo suficiente como para hacerme parecer un vagabundo, y unas horribles ojeras se habían instalado bajo mis ojos. Me veía terrible. Incluso mis pantalones empezaron a quedarme más holgados.

Uno de esos días mi madre me pidió que la ayudase con el jardín y, aunque no estaba de buen humor, accedí puesto que me sentía en deuda por estar en casa sin mover un solo dedo.

Ella estaba muy seria con su sombrero de paja y su mandil floreado. Le cortaba las hojas secas a un pequeño arbusto mientras yo cavaba un hoyo para plantar un árbol de manzanos.

Alguien digno de ti: Libro 1 [EXTRACTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora