03

73 17 7
                                    

03

Mi primer día de trabajo fue extenuante. Mis compañeros, Lourdes y Germán, fueron muy amables. Los dos se lo pasaron mostrándome lo que había que hacer en el sector de la planta que me fue asignado por el ingeniero Lozano. A la hora de la comida me dirigí a la cafetería en compañía de ambos y charlamos únicamente de la empresa y de lo mucho que estaba creciendo la tasa de empleo en Matamoros gracias a la cartonera y la vidriera. Paco trabajaba en otro sector, pero pudimos vernos durante algunos minutos.

Simpaticé mucho con los dos. Lourdes tenía mi edad, pero parecía mayor gracias a ese anticuado atuendo que vestía. Germán era lo que yo llamo: un hetero para sentar cabeza. Lástima. El hombre estaba casado y tenía algunos niños, eso me comentó cuando me preguntó si estaba casado. Yo le había dicho la verdad, que era gay y que no tenía compromisos con nadie. No parecía homofóbico, todo lo contrario. En cuanto lo supo me dijo que un primo suyo también era gay y que además trabajaba en la planta medio tiempo. «Después te lo presento», prometió antes de despedirnos a eso de las seis de la tarde.

Cuando me hallé sentado en el autobús, me sentí un completo extraño. Hacía años que no usaba un transporte público. Había olvidado lo que era ser pobre y debo admitir que la sensación me hizo sentir bastante abrumado. Javier me había malcriado demasiado, estaba hecho un niño consentido que había olvidado hasta la tarifa de los autobuses, las rutas y, además, el hecho de que te tienes que sentar con un montón de desconocidos. Rápido percibí ese inmundo aroma a sudor y colonia barata y me vi en la necesidad de cubrirme la nariz con la palma de mi mano.

Cuando empezaba a acostumbrarme al insoportable llanto de una niña y a los gritos de su madre, por si fuera poco, un chico subió con un acordeón y empezó a tocarlo luego de pedirle permiso al conductor. Sabía que tendría jaqueca toda la noche.

No quería verme como un pedante y engreído, pero era un hecho que, al regresar a Matamoros, volvía a ser de clase media y ya no recordaba lo que se sentía vivir esperando a que se llegase la quincena. No pude evitar pensar en mi Camaro, ni siquiera había pensado en él cuando me fui de Durango, dispuesto a rehacer mi vida. No tenía cara para pedírselo a Javier, no después de haber ignorado durante días todos sus mensajes y llamadas.

Cuando llegué a casa me encontré con Miriam y su esposo Roberto, los dos le tomaban fotografías a mi sobrino Carlos mientras el pequeño se mecía en un columpio que pendía de una rama del grueso roble que estaba en medio del jardín.

—¿Tienes planes para esta noche, cuñado? —me preguntó Roberto.

—No, la verdad es que estoy muy cansado. Pretendo cenar, ducharme e irme a la cama.

—Yo te iba a preguntar si no quieres acompañarme a la función de esta noche...

—¿Qué función?

—Roberto va a ver las funciones de box los lunes y los jueves —dijo mi hermana—. Los sábados son las peleas grandes, pero casi nunca las hacen aquí en Matamoros.

—Yo paso del box. No me gusta. ¿Ya está la cena? —pregunté a mi hermana.

—Mamá y papá salieron al cine, te va a tocar guisarte un huevo.

—Pero si yo no sé cocinar, guísamelo tú y te quiero más que ayer...

—No tienes remedio —dijo antes de meterse a la casa en compañía del pequeño Carlos.

Me senté junto a mi cuñado y encendí un cigarrillo. Una gran parte de mí se sentía aliviada de estar en casa, otra seguía aferrada al pasado y los recuerdos, y una más pequeña, sentía temor e incertidumbre. Todavía no me acostumbraba a la vida familiar, y entre más lo intentaba, más desconectado me sentía de ellos. Sobre todo de mis padres; mamá seguía resentida por el asunto de Javier y papá aún me veía como a su pequeño chapulín. Yo solo deseaba poder independizarme de nueva cuenta, y seguía buscando un sitio para mí solo.

Alguien digno de ti: Libro 1 [EXTRACTO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora