Bajo las Estrellas Fugaces

*CAPÍTULO 8: EL ABRAZO BAJO LAS ESTRELLAS*

La noche estaba clara y estrellada. Rossi y Jason caminaban por la playa, sus manos entrelazadas. Las olas susurraban secretos, y la brisa acariciaba sus rostros. No necesitaban palabras; sus corazones hablaban un idioma antiguo y eterno.

Se detuvieron en un rincón apartado, lejos de las luces de la ciudad. El cielo estaba salpicado de estrellas, como diamantes en un manto oscuro. Rossi se recostó en la arena, y Jason se acurrucó a su lado.

—¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? —preguntó Rossi, mirando las estrellas.

Jason asintió, su mirada perdida en el infinito.

—Fue en este mismo lugar. Tus ojos eran como dos luceros, y supe que mi vida cambiaría para siempre.

Rossi sonrió, sintiendo el latido de su corazón.

—¿Y qué pensaste cuando me besaste bajo la lluvia?

Jason la atrajo hacia sí, sus labios rozando los de ella.

—Pensé que había encontrado mi hogar. Que tus labios eran el refugio que siempre busqué.

Se abrazaron con fuerza, como si quisieran fundirse en uno solo. Las estrellas parecían más cerca, como si pudieran tocarlas con las yemas de los dedos.

—¿Qué somos, Jason? —susurró Rossi—. ¿Estamos destinados a ser amantes fugaces o almas que se encuentran una y otra vez?

Él la miró con ternura.

—Somos dos viajeros en el tiempo. Siempre nos encontramos bajo las mismas estrellas, como si el universo conspirara a nuestro favor.

Rossi apoyó la cabeza en su pecho, escuchando el ritmo de su corazón.

—¿Y si esta vez es diferente? —preguntó—. ¿Y si esta noche es la última?

Jason la besó con pasión, como si quisiera sellar sus almas.

—Entonces hagamos que valga la pena —dijo—. Que cada estrella sea un deseo compartido. Que este abrazo sea eterno.

Y así, bajo el manto estrellado, Rossi y Jason se abrazaron con desesperación. El tiempo se detuvo, y el mundo desapareció. Solo quedaron ellos dos, como dos estrellas fugaces que se cruzan en el firmamento.