Capítulo 4

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"El martirio de las oleadas, que imprudente proceden"

Hay un tormento que acompaña a todo ser humano; circunstancias que suceden pocas veces, pero que cuando ocurren nos marcan para siempre...

Momentos hay insuperables. No solo se puede hablar de alegría, conocimiento y amor... También hay que hablar de la muerte y el sufrimiento que esta trae.

He perdido a seres queridos a lo largo de mi vida. Perdí a mi padre, esa es la pérdida más significativa que he tenido. Quizás en tu caso sea tu abuela, madre, padre o hermanos, tu tía, tu prima, tu cónyuge... Pero en esencia, todos compartimos este dolor.

Es lamentable recibir la devastadora noticia de perder a un allegado. Seré breve en esto...

Un sentimiento que se guarda muy dentro, similar a un mar con peces y tiburones... Los peces, los buenos momentos; los tiburones, los malos. Siempre estos devorarán a aquellos...

Metafóricamente, da igual lo feliz que seas: una mala nueva te entristecerá...

En términos prácticos, la vida es un suspiro en la inmensidad; un grano de arena en el desierto; una gota en el océano... No es indispensable para el mundo, pero para nosotros perder a un ser querido es el mar entero, el desierto completo, el aliento total...

"El día que te fuiste fue cuando el cielo se desmoronó sobre mí"

Aún recuerdo nítidamente esa tarde gris, presagio del huracán emocional que se desencadenaría en mi interior. La vida se detuvo en ese instante; el reloj se paralizó cuando escuché pronunciar tu nombre junto a la palabra fatal.

No quería creerlo, me negaba a aceptarlo. Salí desorientado a vagar por las calles, buscando un resquicio de lógica que anulara tal atrocidad. ¿Cómo era posible que hubieras partido si aún restaban tantas melodías por componer juntos? Me sentía como un astronauta que de pronto hubiera perdido la cuerda que lo unía a la nave. Flotando a la deriva en el vacío más aterrador.

Llegué a casa transido de frío, a pesar del ardiente fuego en mis venas. Quería despertar de esa quimera luctuosa. Pero todo seguía igual de sombrío, la realidad no tenía piedad. En mi cama, como tantas tardes, reposaba aquel ejemplar de El principito donde subrayabas los pasajes más inspiradores. Lo abrí buscando consuelo y leí con amargura aquella frase tan temida: "Lo esencial es invisible a los ojos".

Esa noche no pude conciliar el sueño. Mil recuerdos se agolparon, inundando cada rincón. Tu sonrisa cómplice, tus palabras de aliento, esa forma tuya de hacerme sentir que no había tormenta insuperable. Tantos momentos vividos que parecían garantizar una eternidad juntos. ¿Dónde quedaron esas ilusiones, dónde naufragaron esos sueños compartidos?

Al amanecer comprendí que ya nada volvería a ser igual. Que sobre la herida quedaría un tatuaje imborrable. Que ese vacío nada podría llenarlo. Pero en el vendaval de mi desconsuelo, atisbé un último consuelo: tú siempre vivirías en mí a través de nuestros recuerdos imborrables, de esa herencia espiritual que sigue guiando mis pasos.

Y así, lentamente, aprendí una lección que no se enseña en escuela alguna: que la mayor prueba de amor es dejar marchar a quien amas para que continúe su viaje más allá del horizonte, confiando en que nuestros espíritus permanecerán entrelazados en la eternidad. Más doloroso que decir adiós es no haber tenido tiempo para ese adiós. Hoy duele tu partida, pero ya no la lloro: celebro todos los poemas que vivimos juntos mientras nuestros hilos se mantuvieron unidos. Sé que tu estrella seguirá brillando dentro de mí hasta nuestro último verso...

"Ausencias que pesan como rocas"

Crecer sin tu mirada guiándome fue tropezar a cada paso. Un camino solitario lleno de incertidumbre. Cuántas veces necesité tus consejos que nunca llegaron, cuántas hubiera apreciado un abrazo tuyo para mitigar mis tormentos. Un hijo sin padre es un árbol sin raíces por el que todos los vientos huracanados se cuelan.

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