Capítulo 2. lloradita mañanera

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Marjorie

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Marjorie.
Tres meses después
2 de mayo del 2022




Esperé, esperé y esperé.

No recibí ningún mensaje.

Ya pasaron exactamente tres meses, conté cada día en mi calendario. Debo admitir que me ilusioné, la nube en la que subí cuando besé a Yuniel Maldonado se elevó considerablemente y con ella mi autoestima, pero la nube se desvaneció. Al igual que mis sueños y mis esperanzas, se destrozaron y se estrellaron contra el duro y fuerte golpe de la realidad.

Miro mi reflejo a través del espejo y frunzo el ceño al ver mi rostro. Tiro la toalla que cubre mi cuerpo y el reflejo también lo hace, quedo únicamente en ropa interior y mis ojos recorren cada centímetro de mi piel. Mis ojos se humedecen al sentirme inconforme con lo que veo y empiezo a odiar cada pedazo de carne que compone mi existencia.

Odio mis piernas gordas, odio mis caderas, odio mi cintura, odio mis brazos delgados, odio los vellos que cubren todo mi cuerpo, odio mi color de piel, odio mi cabello y odio mi maldito rostro que no cumple con los estereotipos de belleza.

Si tan solo hubiera sido una persona diferente, absolutamente toda mi vida hubiera sido diferente.

Siento mi garganta arder cuando trato de respirar, las lágrimas están a punto de caer mientras pienso en todas las cosas malas que pasaron en mi vida. Estoy tan cansada, tan enferma y tan harta de los hubiera.

No puedo llorar con tranquilidad en la privacidad de mi habitación porque la puerta se abre, me maldigo internamente por no poner el cerrojo y miro en su dirección. Noté las manos de mi madre apretar el marco de la puerta, reconocí sus uñas pintadas de color rojo. No tardo ni un segundo en lanzarme de golpe al suelo y arrastrarme hasta ocultarme bajo mi cama.

Me siento ridícula, pero sería raro si mi madre me descubre llorando medio desnuda frente al espejo.

En fin, ni siquiera puedo llorar, pero quién me manda a mí hacerlo a las siete de la mañana

―Marjorie, ¿en dónde estás?

Muevo mis piernas y escondo mi trasero bajo las telas de la sábana que cubre la cama. ¡Que no se note que estoy en calzones!

Que situación tan incómoda, si mi madre me ve así pensaría que me estaba masturbando.

―Estoy buscando mis calcetines, no sé porque siempre terminan perdidos bajo la cama. ―de forma rápida invento una excusa.

No me quedó otra opción que decir una mentira. Hubiera preferido que me encuentren drogándome o una mierda del estilo, es más fácil de explicar.

―Los duendes te las escondieron para ver si ordenas esta habitación porque parece que una tormenta pasó por aquí. No entiendo como le haces para dormir aquí.

La visa que nos separa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora