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—Quiero ser actor.
Matías vio como los rostros en la mesa cambiaban. De una neutralidad a una incomodidad.
—Mati, no es el momento, hijo.
Su madre puso fin al tema, sus ojos resaltando un; “no hagas enojar a tu padre”.
Pero él no se iba a callar tan fácil.
—No, madre —apretó los puños—. Estoy harto de que eviten el tema. ¡Quiero ser actor! ¿Cuál es el puto problema?
—Lenguaje.
Su madre relajó sus hombros y se mordió los labios.
—Hijo, ya hablamos de esto…
—¡No! —se levantó de la silla, furioso—. ¡Nunca hemos hablado de esto!
Lanzó un golpe a la mesa. Tratando de llamar la atención de la persona que rompía sus sueños en trozos.
Pero no se inmutaba, ni le prestaba atención.
—Siempre terminan cambiando el maldito tema —Matías arrugó el mantel de la mesa; reclamando. Cansado de todo—. ¡Tengo 19 años! Tengo el derecho de decidir sobre mi vida.
Su padre ni le miró a los ojos, ni siquiera con el aroma agrio que inyectaba furia. Y Matías no podía creer que así iban a ser las cosas.
—Aún vivís con nosotros, Mati —su madre pintó una sonrisa, tratando de calmar las aguas—. Y también somos tus padres, no podés decidir completamente sobre tu vida, hijo.
—¡Es mi vida!
—Y nosotros somos tus padres.
Mordió sus labios y ahogó una queja.
Matías creía que le apoyarían tanto como le decían de niño. Que le responderían con una sonrisa en el rostro.
Pero, al parecer, eso nunca sucedería.
—Si fueran mis padres y me quisieran como tanto dicen, me dejarían cumplir mi sueño.
Escupió con rabia.
La mujer que era su madre dejó su plato a un lado. Y miró a quién era su esposo. Un hombre callado, pensativo, que no decía una palabra si no era necesario.
Su madre siempre le dijo que se parecía a su padre. Pero Matías nunca lo creyó por completo.
Él era expresivo, su padre no tenía ni una chispa de expresión en su rostro. Nunca.
Eso le hervía la sangre.
—Matías, es suficiente. Ahora, sentate y comé.
—Siempre dijeron que me apoyarían —la mujer miró a su esposo, buscando apoyo—. Ahora, cuando necesito que me apoyen más que nunca, ¡no lo hacen!
