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Mark estaba en la puerta del cuarto de su padre. Estaba apoyado en el marco mientras escuchaba el imparable teclear del portátil. Sebastián, su padre, llevaba un buen rato escribiendo, y no se había dado cuenta de que Mark estaba allí. Mark miró su reloj, ya casi tenían que irse. Tocó la puerta, haciendo que Sebastián se asustase por un segundo.

—Vamos, papá —le dijo—. Ya casi tenemos que irnos.

Sebastián se echó hacia atrás en su silla giratoria. Estaba frente al escritorio, allí tenía un montón de papeles, material y cosas útiles para escribir. Una lámpara alumbraba la mesa porque ya era tarde, y la luz que entraba por la ventana no era suficiente.

—¿Ya ha pasado una hora? —preguntó Sebastián cerrando el ordenador.

—No, han pasado dos horas —dijo Mark entrando en la habitación—. Vamos, que no llegamos.

Sebastián se levantó de la silla y miró el reloj de la pared que había a su espalda.

—Menos mal que me has avisado —le dijo a su hijo—. Cuando he empezado estaba de día.

—Me lo imagino —dijo Mark abriendo el armario.

Sebastián cogió las llaves y el móvil, y empezó a tocarse los bolsillos.

—Algo me falta —dijo mirando a todos lados.

—Toma —dijo lanzándole el abrigo marrón que solía llevar—. Vuelve a la tierra.

—Ya, tranquilo —dijo poniéndoselo y metiendo las cosas en los bolsillos.

Salieron de la habitación y llegaron a la calle. Hacía un poco de viento y las nubes cubrían el cielo haciendo la noche más oscura. Además, no había luna, que solo ocurría cada 30 días. Estaría oscuro, perfecto para lo que planeaban hacer.

—¿Qué estás escribiendo? —le preguntó Mark a su padre mientras caminaban hacia su destino.

—Ya lo verás —Sonrió Sebastián con las manos en los bolsillos.

—¿No me haces adelanto por familiar? —preguntó Mark riendo.

Sebastián negó con la cabeza.

—No hay privilegio por familia —Sonrió.

Mark resopló mientras dejaba escapar una risa. Miró al cielo, uno sin luz. Aunque a mucha gente no le gustaría, él esperaba impacientemente aquella noche que solo ocurría una vez al mes. Estaba desequilibrado, un mes de espera por unas simples horas que pasaban volando.

Pasaron al lado del paseo marítimo, aquella zona estaba muy tranquila. El sonido de las olas chocando con un escalón de cemento que lo separaba de la tierra se oía de fondo. Estaban dejando las luces y farolas detrás, adentrándose en una zona oscura, casi sin luz...

En las ventanas sonaba el repetitivo chocar de las gotas de lluvia, había empezado a llover hacía un rato

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En las ventanas sonaba el repetitivo chocar de las gotas de lluvia, había empezado a llover hacía un rato. Las gotas resbalaban por el cristal lentamente, provocando que el paso del tiempo se alargara hasta parecer eterno.

La princesa de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora