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—¿Qué hacemos? —le preguntó Alexia a Verónica—. ¿Volvemos?

Llevaban un rato al lado de la entrada de cueva en la que se habían encontrado con el chico de ojos verdes, y no tenían muy claro qué hacer.

Alexia había podido confirmar que nadie más, excepto ella, podía ver a su madre. Todavía no se acostumbraba, era demasiada información en muy poco tiempo. Aún así, quería preguntarle a Sebastián si sabía algo de las piedras que había encontrado, y sobre todo, sobre lo que le enseñaban: los dos puntos amarillos y el camino que acababa a la mitad.

—Creo que sí —Verónica la sacó de sus pensamientos—. Probablemente sea lo mejor. ¿Les notas cerca?

—No están muy lejos —dijo Alexia mirando a su madre mientras acariciaba a Dharma.

—Vale, entremos —dijo la mujer pasando a su lado.

Se fueron adentrando lentamente para asegurarse de que no hubiese nadie. Alexia inspeccionó el lugar, estaba completamente vacío. Sintió cómo Sebastián y Mark se acercaban a donde estaban ellas. Al momento, escuchó sus pasos mientras bajaban por la entrada que, a la vez, hacía de salida. Sonrió al verles y caminó hasta ellos, sin pensarlo mucho, ella y su hermano se abrazaron.

—¿Estás bien? —le preguntó sin soltarla.

Ella asintió cuando, de repente, Mark se echó hacia atrás rápidamente, como si algo le hubiese hecho daño.

—¿Qué pasa? —dijo Alexia, que siguió la mirada de su hermano, iba hacia la piedra que llevaba al cuello.

—Cuando la he rozado, ha pegado un chispazo —contestó con asombro.

La chica miró a Sebastián, buscando una explicación en sus ojos, y por sorpresa, su expresión no había cambiado. Sabía algo, lo tenía claro.

—¿De dónde lo has sacado? —le preguntó su padre eligiendo bien las palabras.

—Lo encontré —dijo simplemente acercándose a él—. ¿Qué es? Tú lo sabes.

Su corazón iba a mil por hora cuando sus miradas se encontraron, pero no la apartó.

—Si sabes algo, dímelo —pidió Alexia.

Mark se puso al lado de su hermana, expectante. Podían ver la duda en Sebastián, fuera lo que fuese que estaba escondiendo, era más gordo de lo que pensaban.

Alexia se giró para mirar a Verónica, que no apartaba los ojos de Mark y de Sebastián. Entonces recordó que sólo ella la veía, y el deseo de que ellos pudieran estar con ella apareció en su cabeza. El collar empezó a brillar más intensamente, al igual que sus ojos azules, y vio cómo Verónica también. Su hermano y su padre se volvieron a la vez hacia la luz, que desapareció al momento. Alexia no entendía lo que acababa de pasar, pero lo podía intuir. Ahora la podían ver. Sebastián se había quedado congelado en el sitio, casi sin pestañear. Mark parecía más perdido, pero también la reconoció.

Verónica miró a Alexia, preguntándole con los ojos si ella notaba el cambio en ellos. Sólo asintió, lo que hizo que su madre se acercara a su hermano y a su padre y los abrazara. Que no los traspasara fue lo que le dejó claro a Alexia que, sin saber cómo, había conseguido que la vieran. No los soltó en un rato, pero se hizo cortísimo. En la oscuridad, solo iluminada por el azul de sus ojos y el collar, pudo ver lágrimas en los ojos de Sebastián, y mucha duda en los de Mark.

Hubo un momento de silencio, pero es que nadie sabía qué decir.

—¿Mamá? —pudo decir algo su hermano.

Los soltó lentamente y miró a Mark con una sonrisa en los labios. Eso le dio la respuesta al chico, que nunca pensó que llegaría a conocerla algún día. No tenía ni idea de qué decir, no la conocía. Se giró hacia Alexia, que tampoco sabía cómo reaccionar, estaban pasando muchas cosas demasiado rápido. Agarró su collar por una nueva costumbre que ya se había instalado en ella, y recordó qué hacían allí, porqué habían ido. Buscó la mirada de Sebastián, pero estaba clavada en Verónica, que no podía parar de sonreír.

Pasó un rato hasta que todos consiguieron asimilar la situación, y entonces, volvieron con el tema de conversación que había quedado interrumpido.

—¿Dónde dices que la has encontrado? —preguntó Sebastián refiriéndose a la piedra que tenía Alexia al cuello.

—En una cueva no muy lejos de aquí —contestó recordando el momento, la imagen—. Pero no es la única.

Sacó la otra, la que habían encontrado en el barco de los humanos, y se la enseñó. Se quitó el collar y las juntó, para que pudiese ver que encajaban. Él asintió.

—Y la primera vez que las toqué me enseñaron algo —añadió Alexia.

—¿El qué? —preguntó Mark, que había quedado un poco al margen de la conversación, junto a Verónica.

—En esta —La señaló—. Solo se veían dos puntos amarillos en la distancia, pero en la otra era un camino.

Miró a su padre, buscando su reacción, pero no cambió.

—¿A dónde llevaba? —preguntó solamente.

—Ni idea, acaba en la mitad, como si hiciesen falta más piedras para continuar.

Todos miraron a Sebastián, esperando a que dijese algo, a que dejase salir lo que sabía.

—No sabes a dónde lleva, ¿pero te lo puedes imaginar? —preguntó por fin.

Alexia observó las dos piedras unidas que tenía en las manos. ¿Tenía que saber a dónde llevaba? ¿Por qué sentía que sabía más de lo que decía? ¿Por qué no se lo contaba?

—Algo me dice que a la verdad —dijo pensándolo bien, levantando la mirada.

—¿A la verdad sobre qué? —siguió interrogándola su padre.

—No lo sé, pero pronto lo averiguaré.

Lo dijo segura de sí misma, creyendo de verdad que podía descubrir qué había detrás de todo eso. Ni siquiera podía asegurar que hubiese algo, que tuviese algún sentido. Tampoco sabía porqué Sebastián le estaba ocultando algo, ¿por qué no se lo decía y ya está? Sería todo mucho más fácil, ¿o no? Podía intuir que era un secreto más grande del que pensaba, y además, muy bien guardado, pues había tardado 16 años en darse cuenta.

—¿Y si no te gusta a dónde lleva? ¿Todo lo que supone llegar allí? —preguntó Sebastián sacándola de sus pensamientos.

—Me arriesgaré igualmente —dijo Alexia, averiguando por la segunda pregunta que él sí sabía a dónde llevaba.

Su padre suspiró, y volvió a dudar. Miró a Verónica, que asintió. Ella también lo sabía, parecía que solo Mark y ella no entendían nada.

Sebastián la miró y sonrió. Alexia no entendió ese gesto, pero se lo devolvió por costumbre. Su padre metió la mano en el bolsillo de su chaqueta y sacó algo envuelto en una tela roja. Se la tendió, y ella lo cogió. Al hacerlo, sintió una descarga de energía, y dejó de sentir en Sebastián la sensación de algo familiar. Era aquello lo que lo provocaba, lo que le decía si estaban cerca. Abrió la tela sobre su mano y vio el resto del círculo. La piedra, al juntar todas sus piezas formaba esa silueta. Su padre tenía el resto del colgante todo ese tiempo.

Encajó los dos trozos que había encontrado aquellos días con la pieza que le acaba de dar Sebastián

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Encajó los dos trozos que había encontrado aquellos días con la pieza que le acaba de dar Sebastián. Al instante, toda la cueva brillo de un intenso color azul y las imágenes empezaron a aparecer en su mente.

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¡Hola!

Este capítulo ha sido muy importante para el desarrollo de la historia. Espero que lo hayáis disfrutado ❤️

La princesa de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora