Despierto al susurro lejano de las gaviotas, danzando en la mañana mientras pescan en el mar bajo los primeros rayos del sol. No me apresuro a levantarme; prefiero saborear un poco más la calma que envuelve este momento. Estiro mi cuerpo en la cama y escapo un suspiro placentero; he dormido muy bien. La suavidad de las sábanas acaricia mi piel, y puedo percibir el ligero aroma a salitre que se filtra por la ventana entreabierta. La luz matutina pinta tonalidades cálidas en la habitación, creando un ambiente sereno que invita a demorar el comienzo del día. Me dejo envolver por la paz que se respira, ajena al bullicio cotidiano.
Pero mi tranquila mañana se ve abruptamente interrumpida por el chirriar de la puerta, seguido de los pesados pisotones en las escaleras de madera que llevan al segundo piso, mi refugio matutino. La armonía que había disfrutado momentos antes se desvanece con la llegada tumultuosa de Emma. La puerta se abre como un torbellino, y ella entra en mi habitación con la respiración entrecortada, como si hubiera corrido una maratón.
—¡Sabía que estarías durmiendo todavía! —se queja mi amiga en un tono demasiado alto para mí, a lo que respondo cubriéndome el rostro con la almohada, emitiendo un suspiro resignado.
—No te di las llaves de mi casa para que irrumpieras en mi sueño —replico, mientras la pereza aún me abraza.
—Has olvidado lo de la excursión, ¿verdad? —dice de repente, y un escalofrío de culpabilidad recorre mi espina dorsal.
Efectivamente, lo había olvidado.
—Mierda, perdón —me disculpo, liberando mi rostro de la prisión de la almohada—. Dame un minuto y...
—¡No, no tenemos un minuto! —exclama ella, tirando de mí (o más bien, obligándome) a levantarme.
En menos de cinco minutos, yo ya estoy aseada, vestida y saliendo por la puerta de mi casa. Emma me arrastra calle abajo, en dirección al puerto, con una urgencia palpable en cada paso.
—¿Se puede saber a qué viene tanta prisa? No creo que a Dani le importe esperarnos unos minutos, seguramente ni siquiera habrá llegado todavía —me quejo, observando las pocas tiendas que están abiertas, indicando que la hora aún es temprana.
—No es a Dani a quien me preocupa hacer esperar... —murmura ella en voz baja, aunque lo suficientemente alto para que yo lo escuche.
Eso me hace detenerme en seco. Tengo un mal presentimiento.
—Emma, ¿a quién has invitado?
Ella suspira, girándose para mirarme con ojos cargados de culpa.
—No te enfades —me pide, antes de contármelo.
Momentos más tarde nos encontramos en el puerto, frente al pequeño barco destinado para nuestra excursión. Habitualmente, sentiría una emocionante anticipación al embarcar, pero esta vez es diferente. Dani está allí, acompañado por los invitados de Emma. Los integrantes de Glitch, el grupo que amenizará la velada mañana, aguardan junto al barco, ataviados con ropa de baño.
Reconozco que es injusto, pues no los conozco realmente, pero las apariencias, con esos tatuajes y piercings, despiertan en mí una inexplicable aversión. Especialmente hacia tal Jett. Algo en su presencia me irrita, quizás su constante intento de entablar conversación conmigo. Además, ¿Jett, en serio? ¿Qué nombre es ese?
Siento un revoltijo en el estómago al percibir su mirada posada en mí. No soy ingenua; sé que está interesado, intentando flirtear. Sin embargo, no tiene posibilidad alguna, y lo único que logra es incrementar mi malestar.
—¡Listo, todos a bordo! —anuncia Emma en un tono más agudo de lo habitual, claramente intentando disminuir la tensión en el aire. Luego, ella se dirige al barco y nos insta al resto a seguirla.
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Rock me, baby
Romance¿Alguna vez has detestado tanto a alguien que, con sólo pensarlo, te da escalofríos? Eso es lo que siente Aurora, la dueña de la librería del pueblo, cuando conoce a Jett, el guitarrista de una banda de rock que viene a tocar en las fiestas. Sus mun...