1. JETT

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Llegamos al pueblo al anochecer. Robleblanco, un lugar diminuto que apenas figura en el mapa, pero que según la agente de eventos nos pagará lo suficiente por el concierto como para continuar con nuestra gira. No me importa demasiado el tamaño del público mientras el cheque sea decente. El hotel es modesto, pero cumple con nuestras necesidades. Después de desempacar y dejar mi guitarra en la habitación, mis compañeros se dispersan en busca de sus propios intereses. Jake y Olivia optan por relajarse en el lobby del hotel, mientras que Max desaparece en su habitación con la promesa de crear "algo espectacular" antes del concierto. Yo decido salir a explorar.

Caminar por las calles desiertas, con farolas parpadeantes y edificios que muestran los estragos del tiempo, me da la sensación de haber llegado a un pueblo de mala muerte. No me molesta; estoy aquí por la música y el dinero. No obstante, necesito aire fresco después del largo viaje.

Mis botas se hunden en el polvo y los vestigios de arena que recubren las calles mientras avanzo, dejándome llevar por la esencia única de aquel lugar. El silencio es un compañero constante, roto únicamente por el murmullo del viento entre las estructuras desgastadas y el rumor cercano del mar, cuya humedad puedo percibir. Aunque el lugar pueda parecer olvidado, tiene su propio encanto melancólico.

Es entonces cuando encuentro algo inesperado: una librería. En un lugar como este, no esperaba hallar algo más que bares destartalados. Pero ahí está, un pequeño rincón cultural en medio de la monotonía. Hay luz, por lo que parece que todavía está abierta.

Entro, y la campana sobre la puerta tintinea débilmente, como si despertara de un largo letargo. La librería es más grande de lo que esperaba, y los libros están sorprendentemente bien cuidados. La atmósfera tranquila y el olor a papel antiguo me envuelven. Para alguien acostumbrado al estruendo de los conciertos y al zumbido constante de la carretera, este lugar se presenta como un remanso de calma.

Me dedico a explorar las estanterías, dejándome llevar por la tentación de hojear algunos libros. Entonces, la escucho, el carraspeo de una voz que rompe mi concentración. Giro lentamente y me encuentro con ella.

Una joven de pelo naranja como el atardecer y ojos verdes que brillan con cierta hostilidad. No mucho más joven que yo, aunque su cabeza apenas alcanza mi hombro. Su mirada es como un vendaval, y sus brazos cruzados indican que no está dispuesta a dar la bienvenida a un extraño. Su ceño fruncido y labios apretados solo intensifican la tensión que ahora flota en el aire.

—¿Puedo ayudarte en algo? —me pregunta con voz cortante, mientras evalúa cada centímetro de mi presencia.

—Solo estoy hojeando —respondo, sin dejar de sujetar el libro entre mis manos. No voy a dejar que su actitud me afecte.

Me escudriña, y sé que está juzgándome. Mis tatuajes y piercings suelen atraer miradas curiosas o juiciosas, y ella no es la excepción. Finalmente, parece decidir que no le agrado.

—No toques nada si no lo vas a comprar —arranca el libro de mis manos para devolverlo a su lugar. Luego, da media vuelta y regresa a su puesto tras el mostrador.

Actúa como si estuviera ocupada, pero no puedo evitar notar que no despega los ojos de mí. No le gusta mi aspecto, pero no puede evitar sentir curiosidad. Puede que incluso se siente atraída, suele ocurrirme a menudo. O tal vez solo está asegurándose de que no le robe un libro. En cualquier caso, me resulta intrigante.

Finalmente, después de dar algunas vueltas por la tienda con la única intención de perturbarla, decido abandonar el refugio de los libros. No obstante, antes de partir, no puedo resistir la tentación de lanzarle un guiño a la joven, dejándola entre sorprendida y furiosa. Rápidamente, giro sobre mis talones para evitar que vea mi sonrisa. Al menos, he logrado arrancarle una reacción.

Rock me, babyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora