—¿Los humanos? ¿Qué es lo que pienso sobre ellos?—Preguntó Gilbert sentado sobre la cama.

La mujer con el cuello mordido asintió, mirándolo echizada.

—Pasión, hambre y a veces problemas. Eso es lo único que provocan.—Respondió Gilbert con una pequeña risa.— Pero que divertidos son, cuando se sientan sobre tus piernas y te piden que hagas lo que quieras.

—¿Lo que quieras?— Preguntó ella.

—Absolutamente lo que quieras. ¿Y sabes que es lo que quiero?

—A mí.

—Oh, no, cariño. No.

Y tal vez Gilbert tuvo razón aquella vez, estuviera donde estuviera... Abel lo descubriría aquella noche: los humanos únicamente daban problemas.


(***)

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(***)

Era divertido decir que Abel Brenderich era el hombre de la casa. Cierto era que se trataba del último miembro del legado de los Brederich en Holly Rye. Pero su hacienda carecía de cualquier chispa femenina. Por sus campos únicamente paseaban hombres esclavos, negros o mulatos, en sus cocinas cocinaban hombres en vez de mujeres y dentro de la mansión tampoco se hacía la excepción.

Pese a eso, la mansión Brenderich destacaba como una de las más bellas tanto en el exterior como en el interior. Más que una mansión, aquella centenaria dinastía había construido allí su propio castillo de ensueño.

Techos altos con columnas color crema sujetándolos cuales estructuras creadas en la Grecia antigua, salones relucientes con muebles caros, tallados por los mejores artistas. Habitaciones infinitas como la biblioteca o el verde salón de verano, e incluso una no tan pequeña capilla al lado de la mansión, rodeada de esculturas aladas con aires fríos y fúnebres. Algunas de ellas, con los ojos tapados por telas de piedra.

Pero ya solamente quedaba Abel para cuidarla, quien tras abandonar el hogar años atrás para viajar por Europa, había vuelto a su ciudad natal con una mentalidad un tanto cambiada. Estaba decidido a únicamente contratar mano de obra masculina para volver a dar vida a aquel desolado lugar por entonces, lleno de hierbajos y enredaderas ennegrecidas con afilados pinchos. Estos provocaron más de un incidente a aquellos encargados de retirarlos.

A veces Abel no comprendía porqué el lugar era tan temido si era tan bonito, luminoso. Siempre había visto la claridad como la perfecta representación de un poema triste. Era un hombre dedicado a ese tipo de aficiones. Poesía, libros y pintura. Un joven de gustos exquisitos que no mostraba esfuerzo alguno en demostrar sus habilidades a los demás nobles de alta casta. Así era, la familia Brenderich era una familia noble venida de algún lugar de Francia desde poco después de la llegada de los primeros colonos. Aunque actualmente la mayoría de ella se encontraba repartida por toda Europa del este y llevaban la muchos de los negocios que movían dinero.

Brienderich mansionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora