El zarandeo y los gritos de uno de sus esclavos hizo a Abel salir del trance provocado por su "cabezadita". No sabía cuánto tiempo se había quedado dormido, pero intuía que no mucho por la posición del sol, que lo estaba dejando literalmente ciego. Apenas pudo distinguir que se trataba de un hombre de tez morena, alto y con unos ojos marrones muy grandes y profundos.
—¡Señor al fin despierta! Hay un herido, señor. ¡Hay un herido!
La combinación de gritos y nervios del esclavo era explosiva para Abel, a quien le empezaron a doler los oídos. Se separó con rapidez del esclavo y se tapó las orejas curvando su espalda. Soltó un quejido de dolor.
—Sabe que está prohibido gritar en mi presencia. —Lo riñó—Por favor. Le ruego que se calme.
El esclavo se puso de rodillas e imploró perdón al borde del llanto. Abel lo miró por encima del hombro, pero le acabó tendiendo la mano pidiendo que le explicase sobre el problema. Entonces entendió el ajetreo.
No podía perder ni un solo trabajador más. Menos aún a ese esclavo. Acababa de matar a su amigo.

Agarrando el mango del paraguas, siguió el camino de sombra hasta entrar a la casa, el esclavo lo seguía por detrás con la cabeza baja y muerto de miedo. Temía por su vida sin saber el porqué. Sudor, temblores, era normal ese tipo de reacciones cuando la muerte se puede presentar en cualquier momento y no puedes huir.

Cuando Abel se encontró a Dereck, quien había sido dejado sobre uno de los sillones de nuevo inconsciente, lo tomó en brazos y lo subió escaleras arriba.
—Deberías haberlo bañado y haberle puesto algo frío sobre la frente, está ardiendo. Eso es malo. Tampoco lo deberías haber dejado sobre el sillón, le dolerá la espalda.
Dijo, y el esclavo simplemente asintió y fue a por un paño húmedo. Esta vez Abel lo recostó sobre su propia cama y corrió las gruesas cortinas para evitar la entrada de los ya débiles rayos de sol. Los odiaba, no sólo por la incomodidad, sino porque si permanecía más de cinco segundos bajo ellos podía llegar a conseguir una quemadura de primer grado. Un poco más y posiblemente se calcinaría.

Lo había aprendido desde niño por parte de sus padres, si se exponía al sol, se calcinaba. Era su ley de vida.

El esclavo que lo había estado siguiendo volvió con un paño y se lo entregó a Abel. Este lo colocó sobre la frente de Dereck con cuidado y agradeció al esclavo por haberle avisado.
—¿Cuánto tiempo hace desde que está así?
—Empezó a marearse tras el funeral, amo.
Abel asintió.
—¿Ha comido algo de afuera?¿Alguna planta?
El esclavo dijo que no con la cabeza. Al ver que Dereck despertaba, empezó a limpiar el sudor que corría sobre su mejilla.
—Amo, está despertando.

— ¿Qué pasó? —Esta vez fue la voz de Dereck la que tomó acto de presencia.
—Te has desmayado. Además tienes fiebre alta y el pulso muy agitado. Quédate quieto y descansa—dijo Abel.
Abel no le había tomado el pulso, pero podía escucharlo a la perfección desde allí, le ponía nervioso.

Dereck miró extrañado la situación para después suspirar cansado sin sentir las suficientes fuerzas. Cuando el otro esclavo dejó la habitación y el rubio se quedó con él, el pecoso no pudo evitar mirarlo con desconfianza.

— Jamás me dijiste qué eras. —Dijo mientras se acomodaba en la cama y miraba con detenimiento al hombre que secaba su sudor. — No eres tan orgulloso como para cuidar de un esclavo, a pesar de ser un asesino.

Dereck se mantuvo callado por un buen rato para después llegar a la conclusión de que el amo se quedaría a cuidarlo. Era incómodo, el hecho de estar encerrado con el hombre que asesinó a Jeremy, le incomodaba a tal punto de desear ahogarse entre las sábanas pero parecía que sería su única compañía por esa tarde, no podía escapar.

Abel estaba alcanzando la plena mediana edad en cuanto a tiempo en la tierra. Almenos mentalmente. Sin embargo, aún no tenía ese sentimiento paternal al proponerse a cuidar de Dereck. Era más bien una manera de hacer sanar aquella horrible grieta que se había abierto entre los dos desde que mató a su amigo. Y decirle qué era no entraba en sus planes.

Brienderich mansionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora