Marcas

3.6K 521 160
                                    

Habían sido muchos años de represión

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Habían sido muchos años de represión.

Cuando hablaba con Lucero o cualquiera de sus hermanas, sentía que era una maldita ignorante que había vivido en la oscuridad por mucho tiempo.

A Lucero no le gustaba que me sintiera así y me alentaba diciéndome que aún era joven, que estaba recuperándome bien y que pronto podría descubrir todo el mundo si así yo quería.

Y claro que quería, pero a veces me sentía como una niña de cinco años, atrapada en el cuerpo de una adolescente.

La señora Torres, la suegra de mi hermano, me decía que vida tenía. Que no me precipitara, porque la ansiedad solo generaría estrés en mí y que el estrés no era bueno en esta etapa de recuperación.

Aunque yo la llamaba: etapa de sanación.

No podía recuperarme sino sanaba primero.

Las heridas estaban abiertas. El corazón me dolía todas las noches, las pesadillas me despertaban todas las noches, pero también lo hacía él...

La muerte.

Después de dos noches sin verlo, sin sentirlo, apareció para hacerme feliz.

Me causaba miedo, la piel se me enchinaba cuando sabía que estaba sumergido en la oscuridad, pero también me causaba otras cosas que no podía explicar, pero las que necesitaba entender.

Necesitaba saber qué le estaba haciendo a mi cuerpo.

Pensar en él era una tortura.

Soñar con él era devastador.

Recordar su aroma era arrollador.

Todos los sentimientos que me causaba me atolondraban. Me convertían en una Bonnie temblorosa, sudorosa... húmeda.

Se quedó en la esquina del cuarto, en la oscuridad absoluta y no dijo nada.

El silencio fue tan desgarrador que, en un punto creí que se había marchado.

Sentí que mi corazón se desbocaba por mi garganta y el tiempo, aunque no sé con exactitud cuánto pasó, fue demasiado para mí, para la inseguridad que reinaba en mi reino en llamas.

—Oh... —murmuré con el corazón destrozado—. Por supuesto que no... —susurré con un hilo de voz.

Las ganas de llorar fueron enloquecedoras.

Por supuesto, ¿quién querría probar a una maldita discapacitada?

¡¿Quién?! Maldita sea, Bonnie.

Escondí la mirada cuando sentí su bota de cuero rechinando en lo oscuro. No se había ido, seguía allí, atento a lo humillada que me sentía y eso solo me hizo sentir peor.

¿Por qué no decía nada? ¿Por qué no me rechazaba de una buena vez?

¿Acaso le gustaba verme así? A punto de llorar, de implorar.

Corazón italianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora