Confesionario

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Dereck se llevó a Bonnie en cuanto todos terminaron de cenar

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Dereck se llevó a Bonnie en cuanto todos terminaron de cenar.

Quise disimular, pero, mierda, estaba tan complacido de tener el aroma de su coño en mis dedos que, la estúpida sonrisa no se me borraba con nada.

No quería que su aroma se fuera, así que protegí mis dedos con mis guantes, deseando regresar a casa y dormirme con la mano pegada a la nariz.

Busqué un lugar en el que mantenerme distante, ajeno a su pequeña fiesta, pero la madre de Lucero me rodeó un par de veces. Era como una mosca insistente que me zumbaba en la oreja.

Evité su mirada todas las veces que intentó acercarse, pero la muy condenada era terca. Pude entrever de dónde Lucero había sacado su personalidad abrumante.

—Teo, ¿verdad? —me preguntó cuando por fin la miré.

Si no la miraba, me iba a volver loco.

Asentí y ella se iluminó con exageración.

Me resultó grotesco, pero no iba a dejar que nada ni nadie me arruinara mi noche.

—Ven conmigo... —Tomó mi mano y me invitó a levantarme—. Quiero que me ayudes con algo...

Caminé detrás de ella bajo la intensa mirada de Cinnia. Parecía que suplicaba para que mi paciencia trabajara en el turno de la noche.

La mujer me llevó a la cocina. Dereck, Bonnie y Lucero preparaban el café y la pastelería.

Actué como si no me importasen. Ni siquiera los miré; si bien, la tentación en la que Bonnie me hacía caer era grande, en ese momento, fui más fuerte.

—No pude comprarle nada a su hermano, tampoco pude tejerle y no quiero que se vaya con las manos vacías —la madre de Lucero me habló entristecida.

Enarqué un ceja cuando supe quién le había enseñado a Bonnie a tejer.

Me mantuve estoico, sintiendo la mirada punzante de Dereck sobre mí.

—Aquí crecen mis mejores flores, en el corazón de mi casa... —Me sonrió gustosa—. Mi cocina. —Demonios, parecía tan emocionada y yo tan... abstracto.

Fingí una sonrisa.

Ella entrecerró los ojos y una de las comisuras de sus labios se tensó.

De seguro era la sonrisa más horripilante que había visto nunca.

O tal vez supo que era falsa.

Me mostró una hilera de flores de diversos colores. Algunas muy llamativas. Estaban en lo alto. Rodeaban los muebles superiores y hacían que el techo blanco se iluminara con tantos colores.

Miré las flores y regresé a ella, porque sabía que me estaba esperando.

—Me gustaría regalarle una a su hermano, pero no sé si ya tendrá alguna flor decorativa o... —Quiso averiguar, así que negué. Ella sonrió otra vez—. No conozco su gusto o...

Corazón italianoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora