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Naruto nunca había sido nada especial, al menos no según sus padres, sus hermanos o todos sus amigos. Ni alto ni bajo, con cabello rubio arena y tez pálida, era lo suficientemente inofensivo para la vista, al menos, aunque nunca sería considerado uno de los jóvenes Midgardianos más bellos. A Naruto le gustaba considerarse bastante inteligente, al menos en comparación con los otros refugiados de Midgard que se habían refugiado fuera de los muros de Asgard; incluso sabía leer y escribir, un poco. Su mayor fortaleza, aunque aún no lo sabía del todo, era su ignorancia: aún sabiendo poco sobre el amplio mundo de los Nueve Reinos y la naturaleza de sus habitantes, se aventuró donde hombres más sabios y mayores nunca se atreverían.
Esto nunca había sido más cierto que cuando vislumbró a una hermosa y joven asgardiana justo dentro de las paredes y decidió acercarse a ella. Una mujer de constitución robusta con una mata de cabello rubio rojizo, junto con un mechón de color rojo más oscuro, sus brazos y hombros musculosos estaban adornados con una serie de intrincados tatuajes. Sin saber quién era, Naruto se vio obligado a hablar con ella durante un raro momento en el que se abrieron las puertas de Asgard. Los Aesir, curiosos y en su mayoría jóvenes, se aventuraron a hablar con los refugiados, aunque la mayoría simplemente buscaba adoradores o sirvientes entusiastas, algunos parecen genuinamente interesados en aprender más sobre los Midgardianos desplazados.
