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Desde la secundaria, Seungcheol y yo éramos casi inseparables. Me gustaba la forma en la que me cuidaba.

Sus ojos representaban demasiadas emociones que a veces no entendía, a veces lo veía sonreír únicamente con la mirada de una forma tan reconfortante que hacía que mis problemas se fueran volando; había los días que se enojaba con las personas que estaban a su alrededor, como si lo frustraran cada cosa que hicieran, como si no les tuviera tanta paciencia como sé que la tiene.

Simplemente se enojaba.

Pero volvía a sonreír de una forma que a mí igual me hacía sonreír. Casi nunca me alejaba de él, ni él de mí. Fue inevitable no enamorarme de él.

No quería hacerlo, pero su personalidad me atraía tanto, además de que me cuidaba. Me cargaba cuando ya estaba muy cansado, llevaba mis cosas cuando eran muy pesadas, siempre me compraba un dulce para que tuviera energía durante las clases. Cada vez que no lo veía, mi pecho dolía y me hacía sentir ansiedad, deseaba verlo, deseaba saber si estaba bien.

Los lunes me encantaban, los viernes eran de los más dolorosos, mientras que el fin de semana lo odiaba.

Los lunes era el día en el que volvía a ver, donde volvía a ver esos ojos que me habían hipnotizado, su sonrisa era de las más bonitas que había visto, mucho más desde que descubrí sus hoyuelos y trataba de picar donde se formaba uno; volvía a la rutina de que me cuidaba, me acompañaba a casa, me hacía sentir feliz, como no creí llegar a sentir.

Los viernes eran dolorosos, era el último día de la semana que lo veía, y era difícil hacerme a la idea de que tendría que pasar horas sin verlo, días sin verlo, y no saber cómo estaba, si ya había comido, si se podía sentir enfermo y no ir por más días a la escuela. También eran dolorosos porque yo lograba crear miles de situaciones que hacían que mi pecho doliera y me hacían preocuparme más por Seungcheol.

El fin de semana lo odiaba. Creo que ya se explica perfectamente porqué. Odiaba la sensación de esperar cuarenta y ocho horas, luego treinta y seis, veinticuatro, doce. Hasta que solo se vuelven en una hora, la única hora que dormía del domingo, podía dormir más horas en el lunes, pero no lo hacía, me levantaba e iba a la escuela lo más temprano que podía, para verlo llegar.

Y se volvía a repetir el ciclo de días.

Un lunes Seungcheol no llegó solo, lo vi llegando de la mano de Nayeon. Mi corazón se detuvo por un momento, sentía rabia, sentía que me iba a morir; no sabía cuando había pasado, ¿En qué momento se hicieron tan cercanos que no lo pude ver?

Que no pude ver como se gustaban. ¿O solo me había hecho de la vista gorda porque tenía la ilusión de que Seungcheol llegara a corresponder mis sentimientos?

Sin querer comencé a llorar, las lágrimas bajaban por mis mejillas y no las podía detener. Las personas que estaban a mí alrededor me miraban de forma extraña, mientras intentaba detener las lágrimas, no quería que Seungcheol me viera de esa forma, tan vulnerable, pero no había logrado mi objetivo.

—¿Jeonghan? ¿Estás bien? — solo podía asentir, mis pies se movieron solos hacía el baño, donde no salí en horas.

No podía dejar de llorar, aún en todas las horas que pasé ahí adentro.

Solo salí corriendo, no quería que más me volvieran a ver; no lo quería ver a él. Mis padres me esperaban en la casa después de recibir una llamada de que no había entrado a ninguna de mis clases. Se veían enojados, demasiado.

Pasé de largo y me fui a encerrar a mi habitación volviendo a llorar de forma descontrolada, abrazando mis piernas, creo que no salí en dos días o más, realmente perdí la noción del tiempo.

Quiero amar a los dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora